Histomagia

¡Es aquí, es aquí!

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Las casonas de Guanajuato son realmente un tesoro colonial del país. Son amplias, con patios grandes, llenos de macetas con plantas diversas, enormes helechos que al pasar parece que te acarician dándote la bienvenida. Esos patios con pisos de piedra o de cantera siempre listos para dar paso a las visitas, a los familiares o a los amigos, pero al quedar solas o casi solas esas casas, una aparente calma y tranquilidad las hace mecerse de acuerdo con el ir y venir del viento frío que aquí en la cuidad siempre, por las madrugadas, pasa como avisando algo, como diciendo algo…

Muchas historias se han contado de que en esas casonas hay tesoros escondidos, me cuenta mi amiga Ema que cuando ella recién llegó a la ciudad para estudiar en la Universidad de Guanajuato, rentó un cuarto en una de las casonas en la calle Paseo de la Presa, calle que da cuenta de enormes casonas de las familias ricas de la época de la colonia que las utilizaban como sus casas de campo, casas de descanso, por lo que muchas de ellas estaban solas casi todo el año, excepto en ciertas temporadas que se llenaban de algarabía de los dueños y sus familias, pero que en verdad duraban poco, porque casi todo el año quienes cuidaban o en casos extremos, los dueños muy ancianos las salvaguardaban. Como en verdad eran de familias muy adineradas, en la ciudad se decía que había dinero o joyas enterradas por loa antepasados, quienes los enterraban tratando de salvar algo de sus bienes, aunque no fueran para nadie, solo el atesorarlos y que quedaran en sus casonas, los hacía sentir poderosos.

Mi amiga Ema llegó a una de esas casas, enorme y fría, pues dos ancianitos, hermanos, hombre y mujer, rentaban una de las habitaciones, ella la rentó por su accesibilidad y para poder descansar del barullo que cada noche sucede en el centro de la ciudad. Así que todas las tardes eran en verdad un verdadero deleite porque podía estudiar, relajarse sin interrupciones, o eso pensaba, porque a los días, una noche, de repente vio que una figura de paso lento pasaba frente a su ventanal, e iba arrasando algo, algo de metal, asustada, pensó que era una imaginación suya, se asomó sin hacer ruido y vio al ancianito que iba arrastrando un pico y una pala, el pobre hombre a penas podía con su alma, pero ahí iba, hacia el patio trasero que colindaba con el cerro enorme que cubre y cobija la enorme calle antigua de la Presa. Mi amiga no dijo nada, sólo se encogió de hombros y pensó que era una manía de una persona ya grande de edad.

Pasaron los días y Ema cada noche escuchaba ese arrastrar de herramientas y de los mismos pies del señor que sin dudarlo iba y venía buscando algo en el terreno de esa casa. De repente, un día no lo escuchó más, sólo escuchó un grito ahogado que venía de la recámara de la señora, fue corriendo y encontró que el señor se había desvanecido en medio del cuarto, intentó ayudarlo, pero no pudo, el hombre había fallecido. Mi amiga, ayudó a la señora con todos los trámites funerarios mientras llegaba uno de sus hijos, quienes llegaron, organizaron todo, se quedaron solo unos días, y se fueron otra vez, eso sí, le permitieron a Ema seguir viviendo ahí con la señora, todo el ritual terminó y ambas se quedaron solas en la casona. Al principio casi no se hablaban, pero con el tiempo, hicieron una buena amistad.

Una noche, ya cada una en su recámara, Ema escuchó ruidos en el pasillo, pensó que era el viento que había tirado alguna maceta o algo, pero de repente escuchó clarito el arrastre de las herramientas, con miedo se asomó por el ventanal y vio que un alma que apenas podía con su trajinar, esa alma muerta arrastraba un pico y una pala, mi amiga, quiso gritar, pero se quedó paralizada al escuchar una voz de ultratumba que decía: “Es por aquí, ¡es por aquí!” sin duda era la voz del anciano recién fallecido quien seguía buscando, desde el más allá, el tesoro que su familia nunca le dejó a él, ni a nadie, pues enterrarlo es para tenerlo por toda la eternidad, la avaricia los hace seguir aquí. Dicen los que saben que los tesoros escondidos son liberados en cuanto el alma avariciosa decide darlo a alguien, por eso es que estas casonas, tienen almas que cuidan sus pertenencias, hasta que deciden entregarlo o desaparecerlo en forma de carbón.

Pienso que esta vida es para disfrutarla, para saber que el viento, el agua, los árboles, los gatos, los perros, el cielo, todo lo que nos rodea es lo que nos da vida, porque cierto es que nada te llevas, o como en este caso, te llevas solo la preocupación de dónde estará ese tesoro que no es para ti ni para nadie, es para la tierra, porque el dinero de ahí salió, como vemos, todo y todos regresamos a la tierra, de aquí somos. ¿Quieres conocer esa casona? Igual y el tesoro sí te lo dan a ti. Ven, lee y anda Guanajuato.