Histomagia

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No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes,
pero cuando la lluvia cae sobre el botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.
Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.

A la izquierda del roble. Mario Benedetti.

Vivir en Guanajuato es realmente una experiencia que nos lleva a aprender cosas nuevas, cosas distintas, muy distintas para estar aquí tranquilos y en paz.

Los que saben -que son de por aquí-, nos cuentan que lo importante, ante todo, es tener tus santos en casa en su altar porque necesitas protección de tantas almas que aparecen de repente por doquier; también necesitas agua bendita que ayuda a poner límites a los seres malos que quieren entrar en tu casa o incluso en ti. También es necesario tener palo santo (ocote) para que el sahumerio limpie el aura de la casa o del lugar a proteger; el incienso ayuda e intensifica la protección, y esto se intensifica teniendo romero en tu puerta y demás hierbas aromáticas. Ellos nos dicen que el pirul es muy bueno también. Pero una de las cosas que más se usa en esta ciudad es tener en casa una estampita de San Benito y las palmas benditas que se ponen detrás de la puerta para impedir que los seres, incluso almas de los difuntos, pasen y se aprovechen de la energía de la familia, porque destrozan familias inoculando odio en los corazones de las personas, de ahí que aquí es necesario saber de magia y hechizos para poder vivir en armonía con la ciudad vieja debajo de ésta y sus almas, con los espíritus, fantasmas, espectros y aparecidos que si no estás prevenido se te manifiestan porque ellos se agazapan en los túneles, en las casas, en las fuentes, en las estatuas, plazas y callejones de la ciudad, y luego desaparecen metiéndose en las paredes, en los techos, en el suelo, o se esfuman antes tus ojos. No, si Guanajuato es mágico desde donde lo veas.

Ya que te familiarizas con ellos, a veces hasta se ponen a platicar contigo, incluso te ayudan en tu trabajo o en tu vida diaria, mi amiga María me contó que alguna vez le dejaban monedas de oro incrustadas en el muro de adobe de su casa, nunca supo quién fue, pero ella dice que igual fue el diablo, yo digo que sus antepasados le ayudan desde sus tumbas y del más allá, es la ventaja de vivir en este lugar místico, diferente a cualquier lugar en el mundo.

Luego los puedes ver, por ejemplo, señoras vestidas de negro sentadas en las bancas o paseando por las calles solitarias, además siempre en los parques donde hay árboles ahí habitan se pasean y absorben la energía de los árboles, por eso de repente se ven arbolitos todos secos, flacos porque, aunque los riegues las almas atormentadas beben su savia. Pero también los puedes ver cerca de ti, como personas normales, su vestimenta normal, no harapos, y eso, en verdad, cuando caes en la cuenta, es terrorífico.

Cuando recién conocí a mi ahora esposo, Hugo, una tarde noche en que estábamos platicando en su carro estacionado a un lado del parque Florencio Antillón, ahí en la Presa de la Olla, discutiendo sobre si seguíamos adelante o no con esta relación, yo decidí que no tenía caso y me dispuse a bajar del auto e irme y terminar de una vez con todo, entonces abrí la portezuela del auto, y al instante, una señora de unos 50 años, muy risueña, apareció de la nada, en serio, la calle estaba sola, y me cerró la puerta del carro desde afuera diciéndonos: “Buenas tardes, ¿cómo están?, ya es casi noche, ¿verdad?” Hugo y yo nos quedamos sorprendidos, nos saludó y, sin quitar sus manos de la puerta del carro apoyada en la base de la ventana de la portezuela, siguió hablando de cosas sin sentido del clima, del frío, aumentando sin duda nuestro miedo que ahora ya se sentía como verdadero terror. Ella, al vernos con nuestras miradas cómplices en donde ambos coincidíamos en irnos, pero ya de ahí, (juntos eso sí), nos dijo que todo estaba bien que estuviéramos tranquilos. Bajó la mirada, suspiró y nos miró con ternura y dijo: “Cuídense siempre, luego los veo por aquí… espero que no», sonrió y se fue hacia arriba a La Presa de la Olla. Una pertinaz lluvia comenzó de repente. Hugo de inmediato prendió el carro, y al salir a la calle para ver que no viniera algún auto, la buscó por los espejos retrovisores y me dijo: “ya no está, ya no está, no la veo”, ¡era imposible! apenas segundos antes que se había retirado del carro. Yo le dije con desesperación: “¡Vámonos ya!” y nos retiramos de ahí para no volver.

Esa noche, ya afuera de mi casa, hablamos y decidimos seguir juntos, eso sí, platicamos largamente sobre ese suceso extraño… que alguien se atreviera a cerrarme el carro… estábamos tan sorprendidos que jamás pensamos en que fuera alguien para asaltarnos aunque hay seguridad por los negocios de por ahí y cámara y todo, es que aquí la magia corre por los aires, los vientos de la sierra que son los vasos comunicantes entre los vivos y los muertos, el vaivén de las ramas de los árboles los ayuda a esconderse en ellos o entre sus troncos, con la llovizna y lluvia ya no los ves, ellos deciden cuándo salir, cuando ayudar, cuando hacer el mal o el bien.

Y en mi casa, después de cavilar a solas lo que nos pasó, pienso que Don Pedro, papá de Hugo, fallecido hace 14 años, nos quiso y quiere juntos, porque la verdad no tenemos otra explicación más racional, porque, insisto, aquí en Guanajuato, nada es gratuito, cuando ya vives aquí, poco a poco, aunque te dé miedo, sabes que ellos están aquí, que ellos nos quieren bien o mal, eso depende del alma del muerto o vivo que te envía esos mensajes desde el más allá o del más acá. ¿Quieres conocer el preciso lugar donde ella se apareció? Ven, lee y anda Guanajuato.