Histomagia

CAMINANTES DE LA NOCHE

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«Será el Sereno…»

Frase popular

No sé si en Guanajuato hay veladores de calles todavía. Antes el llamado Sereno era el vigilante nocturno quien se ganaba la vida patrullando las calles de Guanajuato desde ese tiempo en que aquí era pueblo, la historia dice que estuvieron presentes hasta muy entrados los años 70´s del siglo pasado. Los serenos abrían las puertas a los vecinos, controlaban el alumbrado público y avisaban a los bomberos en caso de incendio. También se aseguraban de que no hubiera altercados y patrullaban para mantener el orden, asimismo daban la hora con el grito tan conocido como: “Las doce y todo serenooo…” o en casos extremos pitaban el silbato fuertemente -herramienta infaltable- pues era una manera de avisar tanto a los vecinos como a los mismos ladrones que iba pasando por ahí que sin duda los atraparía.

Así, ellos se encargaban de cuidar que hubiera tranquilidad en las calles, que los ladrones no se acercaran a hacer de las suyas en la zona que le tocaba cuidar. Aquí, ellos iniciaron cuando era pueblo, no ciudad, como ahora. Los Serenos estuvieron pendientes siempre del bienestar del lugar, porque eso sí, hasta la fecha los vecinos siempre se han encargado de cuidarse a sí mismos con el programa “Vecino Vigilante”, pero en aquellos entonces, el guardia sereno era alguien que el barrio conocía muy bien, que sabían que no se iba a aliar con los delincuentes; claro que el valor que ellos tenían muchas de las veces era tan desmedido, pues se llegaron a enfrentar a situaciones inexplicables que no son de este mundo, ahora entiendo por qué dice en la normativa que el sereno “rondaba las calles de Guanajuato para combatir las sombras” y sí, sin duda, eso era y es cierto.

Mi amigo Arnulfo me cuenta que su abuelo le contaba en sus viejas historias que su papá fue uno de esos pocos serenos que cuidaba este pueblo desde La Presa hasta Tepetapa, la calle vista que atraviesa aún el lugar. Él le contaba a Arnulfo que lo más que llegaron a apresar eran gambusinos que venían bajando de las minas de Valenciana o de Rayas, y a algunos ladronzuelos de casas que robaban gallinas o incluso algún perrito; la pena, en el caso de los que robaban animales, era menor que los que robaban metales preciosos como plata y oro, a ellos se los llevaban a la cárcel de Salgado ahí donde ahora son las oficinas del Ministerio Público. De hecho, es ahí donde su bisabuelo se enteró que cuando se hablaba en el reglamento de cuidar de las sombras a los habitantes de Guanajuato era una inquebrantable verdad.

La familia de mi amigo vive por Dos ríos, su casa está en un callejón, casi abajo, cerca de la calle, por eso él sabe que, por las noches, hasta las noches y madrugadas de hoy, esas calles se acompañan siempre del viento frío de la sierra, de los murmullos lejanos de alguno que otro desvelado o de las aguas de los ríos subterráneos que atraviesan gran parte de la ciudad. A veces el sonido de la lluvia las acompaña en un vaivén que a los caminantes de la noche los hipnotiza, para que vean lo que no es visible, para que vean a los que nos acompañan siempre en esta ciudad, esos que sólo nos ven, esos otros seres que no saben qué pasó con sus vidas y se ven entre brumas, lluvia, oscuridad y sombras, y que aprovechan a la naturaleza para salir y esconderse entre las gotas de agua o de los fuertes y fríos vientos de por acá.

Me cuenta alguna vez su abuelo le contó que su bisabuelo, una madrugada, ya casi para amanecer, después de haber dejado en manos de la justicia a uno de esos ladronzuelos, se sentó enfrente de la Cárcel de Salgado, esa noche había sido un correr que sus pies ya no le daban energía para seguir su recorrido, por lo que se dijo que esperaría unos minutos para reponer, aunque sea tantitas fuerzas. Estaba fumando un faro (un cigarro) y viendo hacia la puerta de acceso de la cárcel cuando vio cómo del piso de la calle salían unas sombras tan oscuras que la poca iluminación de ese entonces lo hizo vacilar pensando que era el polvo que levantaba el viento serrano, se encogió de hombros y volteó hacia la Alhóndiga, se veía un poco el inicio de las escalinatas que recién habían sido remozadas, pensaba, pensaba, y negó con la cabeza esos pensamientos que su cuerpo, alerta, le decía que eso no era polvo. Sin titubear, volvió su vista al lugar donde las vio y cuál fue su sorpresa que no estaban ahí, ellas estaban sentadas a un lado suyo, eran dos, una de cada lado. La de su diestra era sólo el bulto, amorfo, volátil, levitaba, la de su siniestra, poco a poco cambió de color negro a gris oscuro semitransparente mostrando poco a poco la forma de un hombre con sombrero de campesino, su cara estaba sucia de polvo, sus ojos enormes y llorosos, el bisabuelo se quedó inmóvil, el frío helado que recorría su cuerpo le avisaba una y otra vez que eso no era de este mundo, que corriera, que se fuera, que…pero él, con la valentía de ser sereno, le preguntó al campesino que quién era y qué podía hacer por él. La sombra gris del hombre volteó a verlo con esa mirada perdida de las mil yardas, eso hizo que más que miedo le tuviera lástima. Por un instante, hubo un silencio infinito, nada se oye, nada pasa, nada…y ante los ojos del bisabuelo esas sombras se esfumaron en el aire para ir directamente a refugiarse a las puestas de Salgado. El señor familiar de mi amigo Arnulfo, se levantó y valientemente caminó rumbo a su casa, un débil rayo de sol se asomaba, el sereno gritó: “La seis y todo serenoooo…” y en su mente sólo rezó un Padre Nuestro y un Ave María para pedir por esas sombras de la noche, esas almas perdidas que siguen buscando su camino en Guanajuato, que siguen estando sin estar, que siguen con la mirada perdida en la eternidad.

Es innegable que la zona en donde se encuentra la Alhóndiga de Granaditas ha sido escenario histórico de muchos conflictos de guerra, ahí se libraron batallas para que hoy nosotros podamos tener las libertades que ahora tenemos, y sí, en esa zona, es seguro que los muertos y espíritus ronden todavía, algunos tratando de entender qué les sucedió, otros viéndose transparentes con la misma incógnita, siguen aquí.

Dicen los que saben que muchas de las personas que mueren violentamente no se dan cuenta de que murieron y siguen aquí pensando que la vida sigue desde su muerte misma, por eso esas energías se siguen paseando por la ciudad en espera de la vida eterna que no saben que ahora tienen, pero es la muerte misma que les dio esa vida que, sabemos, es una muerte infinita.

¿Quieres conocer el lugar? igual y ya has venido y has pasado por ahí. Ahora, frente a lo que era la cárcel de Salgado, es la parada de autobuses suburbanos, y quién sabe, tal vez ese campesino de ojos grandes sea uno de esos tantos que está esperando el autobús, pero a diferencia de sus pares, sabe que no puede irse, que se quedara eternamente entre las sombras, esas que no lo han dejado ir, que lo tienen preso en su propia muerte. Ven, lee y anda Guanajuato.