Histomagia

ELLOS

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Guanajuato es una ciudad tan diferente a todos los lugares del mundo. Rodeados de tradiciones y cultura, pisando la peña, piedra y cantera de su suelo, todos los habitantes saben que estos caminos y muros son el refugio de las almas muertas que te ven cada vez que paseas por la ciudad, sobre todo en La Calle Subterránea que es una de las mayores atracciones turísticas, hechas por los mineros que taladraron cerros para hacer transitable este lugar donde anteriormente sólo había una calle de La Presa a Los Pastitos. En esa calle subterránea hay tramos que pueden darte   idea de las prisiones antiguas que había en los castillos : la humedad, el salitre y el frío de las celdas debieron se intolerables, por ello muchos presos morían irremediablemente.

Mi amigo Israel me contó que hace mucho cuando aún estudiaba en la Universidad de Guanajuato, cuando todavía era seguro salir por las madrugadas a cenar o sólo a pasear por las calles y callejones del centro de la ciudad, una de esas noches se le ocurrió pasear solito, solito por la calle subterránea…él siempre meditaba, reflexionaba sobre su vida, el amor, la vida, la muerte…en aquel entonces dicha calle no estaba tan iluminada como ahora por lo que caminarla era para los enamorados o para seres solitarios valientes y mi amigo seguro lo era. La realidad era que poco sabía de la historia y de la geografía de la ciudad, no sabía, por ejemplo, de esa ciudad enterrada en donde están cuerpos sepultados por causas naturales como inundaciones, en donde niños muertos fueron emparedados en sus propias casas para que estuvieran jugando eternamente al lado de sus seres queridos, y hubo casos de alguna que otra mujer rebelde de otras épocas que fue emparedada viva, sí así era, y como él ignoraba gran parte de esto, pues se aventuró y agarró valor. Aparentemente confiado se dijo: “Todo va a salir bien, no me va a pasar nada, todo lo que dicen de fantasmas en Guanajuato, son leyendas, sin duda son leyendas”.

Así, desde la ignorancia, se dispuso a ser lo que en ese entonces era: turista estudiantil, así que inició su recorrido por esos túneles mágicos comenzando por el inicio, ahí debajo de donde era antes La Central Camionera, ahora una Mega Soriana, y se enfiló a andar. Lentamente iba caminando y observando los muros de piedra que cubren las otrora casas antiguas de ese pasado arquitectónico aún más antiguo que el actual. Gran parte de la calle subterránea era el río que fluía desde la sierra, que dicen los antiguos, traía en su corriente oro y plata, pues Guanajuato es capital minera y las tres cuartas partes de la plata que circula por el mundo ha sido sacada de sus vetas abundantes desde la colonia. Así, caminando por el río ahora empedrado, mi amigo estaba realmente fascinado porque los ruidos de la noche hacían la libertad al andar por esos antiguos caminos, se oían ruiditos, pero ahí, despuesito de pasar La Plaza de Los Ángeles, ahí donde ahora se ubica un corazón abandonado, él escuchó, primero, cómo lo llamaban con el clásico: “psst, psst” acompañado de cantos de algunos grillos despistados por vivir en esa humedad con helechitos en los muros. Israel pensó que había sido su imaginación y desafiante paró un momento su marcha esperando escuchar sólo los cantos de los grillos, el ulular del viento serrano y de vez en vez esa música de estudiantina que se escuchaba por allá, a lo lejos, en sabe cuál callejón. Cuando ya oyó esos sonidos, decidió seguir su camino, pensó que ya faltaba poco para llegar a La Plaza Allende, ahí donde se encuentra El Quijote y Sancho Panza, pero de pronto sintió de desde los muros laterales algo o alguien le aventaba piedritas redonditas, redondas, redondas, como de esas que ponían antes en las vías del ferrocarril, no piedra quebrada, o peña quebrada no, le aventaban piedritas bolita. Extrañado mi amigo pensó que el techo de la calle, o esos arcos estaban descarapelándose, pero no, la dirección era inequívoca: era de los muros de piedra, él mismo vio con asombro cómo salían de las paredes, aparecían y con fuerza le daban en el pecho, en las piernas, en los brazos. Aterrado, y pese a al dolor que sentía, decidió acercarse a uno de los muros, valiente lo hizo y las piedras dejaron de aparecer, hubo un silencio eterno, miró a su alrededor y las pocas luces titilaban anunciando su irremediable aporte a la oscuridad y el silencio que en ese instante se hizo. Israel no supo cuánto tiempo estuvo así acompañado de esa mudez de la ciudad que augura algo más terrible y así fue. En esa oscuridad desolada, sin el viento y los grillos, comenzaron a escucharse murmullos, como que se dirigían a él, pues escuchó que mencionaban su nombre. Primero los escuchó lejos como que venían de ahí de abajo del edificio del Registro Civil de Juan Valle, sin poder moverse por el terror que ahora sentía, escuchó con horror que esos murmullos se iban acercando poco a poco, no era posible, no era posible, en instantes esos sonidos fueron arrastrados por un viento de la sierra que apareció de pronto y así como vino se fue, en el momento que quedó el sonido frente a él, ese sonido macabro de voces ultramuros sintió el vaho de bocas a su alrededor, sintió que iba a desmayarse, cuando de pronto las luces se encendieron, trayendo con ellas la normalidad que siempre vemos aún en la subterránea. Mi amigo, a punto de caer, tomó fuerzas y sí, corrió y corrió y la pura calle que veía ante sus ojos, esa rampa que lo llevaba directamente arriba al Jardín Unión donde la música y el barullo de las pocas personas vivas que quedaban ahí arriba, pensaba, lo iban a arropar al salir él de las profundidades de otras voces, y sí, lo arroparon, lo salvaron de ellos, de aquéllos que siguen vivos en la muerte eterna, mirando desde las sombras hacia acá, hacia arriba, de hecho Israel me dijo: “Gaby, sí en verdad corrí desesperado, y ya casi al llegar arriba, voltee y entonces los vi, son mucho: hombres, mujeres, ancianos, niños… sus ojos estaban tristes, muy tristes, viéndome llegar a donde seguro les da miedo, pues al parecer su límite son esas otras almas que conviven y convivirán para siempre aquí, por eso no me siguieron, son muchos, son muchos”.

Mi amigo ya tranquilo se sentó en una de las bancas del jardín, respiró profundo y se dirigió, ahora sí con el silencio de la madrugada, a su casa, ahí arribita en el Callejón de Cabecita, cerca del Baratillo.

Y sí, las almas de los muertos siguen por aquí. Algunos de ellos se asoman, ellos hacen su vida desde la muerte y la añoranza que les da el ver la algarabía del Guanajuato de arriba, para ellos debe ser horrible vivir la tristeza y la melancolía desde la muerte, esas almas, de los cuerpos que quedaron enterrados por las inundaciones, o los que murieron en plena batalla de La Independencia, o los que fallecieron en la construcción de las casas y caminos de esta ciudad, sí, los fantasmas cruzan aún hoy los puentes como el Puente de Palos que se ubicaba ahí donde está el Archivo General del Estado, estos otros, estos muertos, ellos aún ahora por las noches y madrugadas lo cruzan porque son de las pocas almas que no saben que hay otro Guanajuato, ellos se ubican en su tiempo, ellos, no saben que están muertos, ellos, siguen su camino hacia la eternidad desde su sentirse vivos en la muerte infinita. Dicen los que saben que la muerte es así, tal como lo es la vida en los recuerdos de los vivos que siempre nos inmortalizan con su cariño aún con esa distancia sempiterna que trasciende en el tiempo.

De hecho, si ves bien, la calle subterránea con sus arcos parece que ella te mira, observa bien, ella te mira y te invita a pasear por ella para que los escuches a ellos, o los veas, como le pasó a mi amigo Israel. ¿Quieres caminar este misterioso lugar? Ven, lee y anda Guanajuato.