Bajo el Volcán

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Construcción de un infierno “pertinentemente ficcional”

Yunuen Alvarado Rodríguez

La década de los treinta del siglo XX es un periodo que caracteriza a México como albergue de autores literarios extranjeros quienes llegaron al país en busca de material para la escritura de sus textos. Motivados por la extraña y diversa riqueza geográfica que ofrece el territorio mexicano, así como por el ímpetu revolucionario que propiciaba el gobierno del entonces presidente Lázaro Cárdenas, los extranjeros hallaban en México el pretexto perfecto para proyectar mediante la literatura.

Es importante destacar que el exotismo que México refleja para la mirada de un visitante extranjero es mediatizado justamente por su carácter de “nuevo espectador”, en una tierra desconocida, diferente y peculiar en costumbres, con gente muy distinta a ellos, con un idioma y formas de expresión distintas a las que cotidianamente les rodeaban en su contexto particular.

Aunado a esto es importante señalar que se trata de escritores, artistas quienes con una visión estética tamizan todo lo que ven y resulta el motivo perfecto para comenzar a crear e imaginar. “Al extranjero perceptivo, a menudo le llaman la atención peculiaridades, en un escenario poco conocido, que el aborigen toma por normales; además, las interpretaciones que el extranjero hace de cualquier cosa rara que pueda descubrir están desligadas felizmente de prejuicios convencionales, valores provinciales y otros factores que tienden a limitar una comprensión espontánea. Al mismo tiempo, sin embargo, un escritor imaginativo, puede llevar consigo sus propias preocupaciones de varios tipos y estas pueden influir o aun predeterminar sus reacciones al escenario poco familiar que tiene ante sí.” (Paraíso infernal, p. 24)

Por lo tanto, pese a que muchos de los autores que en esta época toman México como el mejor escenario para la escritura, como por ejemplo D.H. Lawrence, B. Traven, Aldous Huxley, Katherine Anne Porter, Malcom Lowry, etc., no puede hablarse de sus textos desde un punto de vista referencial, pues el paisaje que proyectan y el entorno que construyen, es justamente eso, una construcción ficcional, cuya herramienta principal es el lenguaje.

El escritor inglés Malcom Lowry es conocido por su famosa novela Bajo el volcán, publicada por primera vez en 1947, la cual está envuelta en un peculiar contexto histórico y local mexicano. La historia se desarrolla en Quauhnahuac, palabra que según el autor significa “lugar donde las águilas se detienen” y de donde luego provendrá la palabra Cuernavaca. La ciudad es descrita como un paisaje exótico y ecléctico capaz de conjuntar características de un pueblo pintoresco y al mismo tiempo de ciudad cosmopolita.

La trama de Bajo el volcán consiste en la narración de un retirado director de cine de nombre Jaques Laurelle, quien cuenta desde su perspectiva particular de personaje las historias de Geoffrey Firmin (ex cónsul inglés) e Yvonne, su esposa.

A grandes rasgos la novela cuenta una historia de amor, traición y tragedia, perfectamente envuelta por el complicado paisaje de un paraíso/infierno terrenal, como es visto México, construido literariamente a través de los ojos de un extranjero.

Entonces, la novela parte desde dos perspectivas individuales, una mediatizada por la otra. Ya que la historia principal es la de Geoffrey Firmin, la primera perspectiva corre a su cargo y función de protagonista; mientras que la perspectiva de Jaques Laurelle funciona como una voz narrativa que nos cuenta la historia desde su papel de personaje, quien de hecho por esta función carece de objetividad respecto a la historia que está narrando.

Esta construcción funciona al interior del texto como un tamiz de lenguaje mediante el cual accedemos ya no a la historia como tal, sino a dos visiones particulares que a la vez nos acercan un poco a las perspectivas de otros personajes, como Hugh e Yvonne.

La narración está construida con una gran cantidad de referencias autobiográficas, al menos en apariencia, que incluso se ven reforzadas en voz de la crítica; esta afirmación es pertinente y posible gracias a la gran cantidad de coincidencias que existen entre la vida del personaje principal, Geoffrey Firmin, y la del autor, Malcom Lowry.

Coincidencias que dan lugar a afirmaciones como esta: “Se podría empezar con el secreto que se ve en la configuración de México. No estaría muy lejos de la verdad decir que Lowry compartía la pasión por el conocimiento secreto profesado por el cónsul en Bajo el volcán.” (Paraíso infernal, p. 268)

Además, la aparente referencialidad no se da sólo a nivel autobiográfico sino también a nivel histórico, estando la novela cargada de pasajes representativos de la historia de México, los cuales además de ser distintivos de una identidad mexicana, funcionan como generadores de recuerdos que aparecen dentro del texto como pequeñas historias que aportan mucha mayor consistencia y sentido al desarrollo de lo que se cuenta. “De similar importancia para el uso de Lowry de esta alusión histórica es el amor de Maximiliano y Carlota, un amor igualmente condenado a la destrucción por su desafortunada experiencia en México. En un principio su amor en cierta forma había parecido materializarse en esa anonadante tierra hermosa a la cual habían sido enviados para gobernar juntos.” (Paraíso infernal, p. 238)

Este dato es interesante, ya que Malcom Lowry también llegó a México en compañía de su esposa, con quien pensaba tener una vida feliz y tranquila en el país, sin embargo no ocurrió así por múltiples eventualidades que carecen de relevancia por el momento.

Otro amor extranjero condenado al fracaso en México, es pues el de Geoffrey Firmin e Yvonne, quienes llegan a México quizá en las mismas condiciones de índole política que Maximiliano y Carlota; él es nombrado cónsul de Inglaterra en México y ella como su esposa viaja para establecerse con él.

Sin embargo el fracaso es inevitable, y en la novela se hace presente la perturbación que sufre Yvonne al enfrentarse al Jardín arruinado del palacio de verano de los Emperadores luego de una cabalgata:

—¿Qué es todo este ex-splendor? —dijo Hugh.

—El palacio de Maximiliano. El de Verano, creo. Pienso que todo aquel efecto selvático de la cervecería también formaba parte de sus dominios —Yvonne dio muestras, de pronto, de sentirse incómoda.

—¿No quieres detenerte aquí? —le preguntó Hugh.

—Sí es una buena idea. Me encantaría un cigarrillo —añadió Yvonne vacilando— pero tendremos que caminar un poco para llegar a la vista favorita de Carlota.

—Maximiliano y Carlota ¿eh? —dijo Hugh— ¿Debió o no Juárez fusilar al buen hombre?

—Es una historia horriblemente trágica. (Bajo el Volcán, p. 139)

La cita anterior proyecta la visión reflexiva de un personaje ante una situación trágica que identifica con la suya, lo destacable aquí es que dicha situación forma parte del pasado histórico del escenario donde la historia del personaje tiene lugar.

Historia de un país, de una vida y de un personaje proyectan similitudes y paralelismos obvios, sin embargo la interpretación autobiográfica e incluso la histórico-referencial, ¿son pertinentes en el análisis y estudio de una obra literaria aun a pesar de esa obviedad que las envuelve?

Tal parece que a la crítica le ha costado mucho distinguir, en este caso específico, entre la referencialidad a fenómenos que construyen una realidad histórica y una construcción ficcional con fines meramente estéticos, pues muchos de los análisis que existen de Bajo el Volcán, necesariamente implican la vida del autor en el desarrollo de la obra e incluso condicionan su existencia a la adicción al alcohol que padecía el autor y en especial a su gusto por el mezcal: «http://www.elmundo.es/elmundolibro/gateway/gateway.html?CODIISBN=8483100312«Bajo el volcán, (Malcolm Lowry, el alcohol…)

(La resistencia a la teoría, p. 22)

Si bien es innegable la presencia de coincidencias entre la vida del autor, la historia de México y su obra Bajo el volcán, sin embargo al hablar de ella como una obra literaria no podemos tomarla como un diario personal ni como una documentación histórico-geográfica para extranjeros, pues el modo en que está escrita la novela permite deslindarla absolutamente de un uso del lenguaje de estilo referencial.

En efecto, México y su folklore son parte de la construcción de la novela, sin embargo el México dibujado no es el maravilloso país de las tarjetas postales y suvenires, es un México laberíntico, ecléctico, tenebroso, capaz de encantar y fascinar con sus costumbres pero también de provocar la sensación de lo siniestro.

Esta impresión, es el escenario que Lowry construye de un lugar turístico como lo es Cuernavaca y es definitivamente una impresión subjetiva, creada por la imaginación, en voz de personajes ficticios; pero sobre todo haciendo un uso magistral del lenguaje estético. “Crepúsculo. Remolinos de aves verdes y anaranjadas desparramábanse en las alturas, girando cada vez con mayor amplitud cual círculos en el agua. Dos cerditos al galope se perdieron en la tolvanera. Con la gracia de Rebeca, una mujer que llevaba equilibrado sobre la cabeza un cántaro pequeño y ligero, pasó con rapidez… // Luego, después de que hubieron dejado atrás el “Salón Ofelia”, asentóse el polvo. Y su camino, que llevaba al bosque atravesando por el estruendo del agua y junto a los baños donde, temerarios, se demoraban los últimos bañistas, se hizo recto. (Bajo el Volcán, p. 342)

Lo anterior refleja la descripción de un camino, camino lleno de impresiones y figuraciones sin puntos geográficos estipuladamente definidos, sino más bien simulados, dibujados a través de incontables expresiones estéticas.

De este modo no nos enfrentamos como lectores al México conocido y difundido en el extranjero como lugar turístico, sino a un México artificial que funciona perfectamente como escenario para la literatura, un México reconstruido mediante el lenguaje, capaz incluso de sorprender a un nativo del país ya que la forma en la que está descrito lo renueva y re-crea.

Pasa de hecho algo similar con las impresiones de quien se supone representa a Lowry en la novela. La perspectiva del cónsul y sus impresiones son igualmente estéticas:

—Mezcal —dijo el Cónsul.

El cuarto principal de “El farolito” estaba desierto. Desde un espejo que, colgado tras el bar, también reflejaba la puerta abierta a la plaza, su propio rostro, mudo, lo miró fijamente con ojos de austero y familiar presagio.

Sin embargo, el sitio no estaba en silencio. Lo invadía aquel latido: el tic-tac de su reloj de pulsera, de su corazón, de su conciencia, de algún otro reloj. También de muy abajo, venía un lejano rumor de hirientes y amargas acusaciones que él mismo lanzaba contra su propia desdicha, voces como de un altercado, la suya más potente que las demás, mezclada ahora a las otras que parecían gemir acongojadas en la distancia: —¡“Borracho”, “Borrachón”, “Borraaacho”! (Bajo el Volcán, p. 364)

Se trata pues de resaltar sobre cualquier referencialidad aparente o similitud inevitablemente obvia, de resaltar el valor estético independiente que Bajo el volcán posee, sin condicionar su existencia a datos históricos verdaderos o falsos, sin afirmar tajantemente que la obra existe sólo gracias al influjo de una bebida alcohólica “mágica”, capaz de influir a tal grado sobre el uso literario del lenguaje, que posibilite creaciones como la que aquí se refiere.

Debemos hacer énfasis y reiterar que cuando se trabaja con creaciones del lenguaje, sean o no literarias, debemos mantener una actitud reservada en cuanto a ellas ya que, para empezar, son impresiones particulares (basadas o no en datos objetivos), mediadas por un sistema de signos que funciona bajo sus propias reglas permitiendo emitir abstracciones, no entidades absolutas de los objetos y sucesos. “Al considerar el lenguaje como sistema de signos y de significación en lugar de una convención establecida de significados, se desplazan o suspenden las barreras tradicionales entre los usos literarios y presumiblemente no literarios del lenguaje y se libera al corpus del peso secular de la canonización textual.” (La resistencia de la teoría, p. 19)

Ahora bien, si debemos ser cautelosos, ante todo texto, porque es un producto del lenguaje al fin y por eso ya se deslinda de los fenómenos de la “realidad”, qué podemos decir sobre los textos literarios, que son creados mediante y para una finalidad estética que toma como herramienta un sistema de signos para crear otros, para construir micro-universos. Ante situación tal, es todavía más delicado querer hablar sobre correspondencia y referencialidad hacia lo “real” en un universo de lenguaje con finalidades de uso estético. ¡La literatura es ficción no porque de algún modo se niegue a aceptar la “realidad”, sino porque no es cierto a priori que el lenguaje funcione según principios que son los del mundo fenomenal o que son como ellos. Por tanto, no es cierto a priori que la literatura sea una fuente de información fiable acerca de otra cosa que no sea su propio lenguaje.” (La resistencia de la teoría, p. 23)

Las discusiones y discrepancias acerca de la referencialidad en la literatura seguramente no acabarán muy pronto; sin embargo al enfrentarnos como lectores a una obra literaria de la talla de Bajo el volcán vale la pena desligarnos de prejuicios y obviedades que saltan a la luz y que guían nuestra lectura por un camino ya trazado tradicionalmente.

Debemos tratar de acercarnos a la obra a partir de la conciencia de su artificialidad y valor estético para que de este modo podamos encontrar ese micro-cosmos que constituye y que incluso con la condición y formación de mexicanos podamos sorprendernos y extrañarnos de las cosas a las que estamos acostumbrados a ver, escuchar y sentir en el entorno de lo cotidiano.

Bajo el volcán no describe México, construye su propio México; no retrata la vida de Malcom Lowry, sino la de Geoffrey Firmin, y no cita pasajes representativos de la historia de México, sino motores de sensaciones particulares de cada personaje.

Bibliografía:

De Man, Paul, La resistencia a la teoría, Visor, Madrid, 1990, 198 pp.

Lara Zavala, Hernán, Malcom Lowry, Letras Libres, 2008:
www.letraslibres.com/index.php?art=12638

Lowry, Malcom, Bajo el volcán, Trad. Raúl Ortiz, ERA, México, 1979, 403 pp.

Memba, Javier, Malcom Lowry, el alcohol se hizo literatura, elmundolibro.com:
www.elmundo.es/elmundolibro/2001/09/02/anticuario/999195180.html

Walker, Roland, Paraíso Infernal. México y la novela inglesa moderna, Trad. José Agustín, FCE, México, 1984, 337 pp.


Fotografías tomadas del sitio web de la Fundación Malcolm Lowry, Cuernavaca, Mor.:
malcolmlowry.blogspot.com