LAS COSAS COMO SON
Jorge Olmos Fuentes
11 de octubre de 2011
Un asunto reiterado en la consulta es la pérdida del lugar. Dicha pérdida se manifiesta en formas como: falta de fuerza para la acción, periodos de estancamiento, carencia de determinación para tomar decisiones, insensibilidad hacia los demás, ausencia de solidaridad, sobrevaloración de la propia valía, inocencia impropia para la edad, soberbia y conflicto con los superiores o con los subordinados, molestia o enojo permanente, tristeza imposible de remover, llanto incontrolado, frialdad sentimental, dolores y hasta enfermedades crónicas, sólo para señalar algunos ejemplos. ¿Cómo se llegó hasta allí?
Cada persona puede reconocer más o menos de qué modo fueron acomodándose las cosas, sobre todo en el último tiempo, o bien recuerda exactamente que el día tal las cosas dejaron de ser lo que eran. Es decir, tenemos una idea más y menos clara de lo que ha sucedido. Sin embargo, la mayoría de nosotros no consigue mirar el hecho preciso sobre el cual construimos a la persona que somos, el hecho crucial, el de más atrás, cuya presencia aún está viva, incandescente, en nuestra imagen interior.
Ya que hablamos de ella, ¿cuál es la importancia de una imagen interior? Una muy grande, pues sobre ella está basada nuestra vida actual en aspectos específicos. En la imagen interior ocupamos un lugar con relación a papá y a mamá y a nuestros hermanos (los vivos, los que no nacieron, los que murieron temprano) y aun con otros parientes. No es una imagen ideal, como de revista; pero sí es la imagen efectiva, de la que proviene la esencia de nuestra visión de la vida y del mundo, y nuestro modo de actuar en ellos.
Un hombre casi de cincuenta años a quien le costaba tener fuerza para lo suyo, en su imagen interior sólo miraba la espalda de su papá, quien estaba volteado hacia otro lado, mientras mamá estaba postrada en cama, enferma. El niño de esa escena estaba paralizado, mirando con atención pero sin opciones para actuar: ¿de quién podía tomar la fuerza si papá no la tenía? Este quedó como su modelo de hombre, del que se apropió. Naturalmente se encontró también con la imposibilidad, pues la enfermedad de mamá no podía sanarla con su deseo. De ahí pues su falta de fuerza.
Una mujer casi de treinta años con lagrimeo permanente de sus ojos quiso consultar su sensación de enojo. En su imagen interior estaba ella, pequeña de no más de 8 años, frente a su mamá, recién golpeada por papá, y papá ausente. Se comprende que su sensación de enojo era hacia los hombres, había bloqueado toda la sensualidad y sexualidad que tenía para dar, y que su llanto inacabado tenía que ver con el dolor de lo vivido. Tan sólo necesitaba sentir la seguridad primordial que perdió aquella noche y que marcó sus actos, como si hubiera tomado, internamente, una decisión radical entonces.
Otro hombre, treintañero, vivía entre lo desagradable, el enojo, y cierta alegría fugaz, en su vida personal, con su familia, en su trabajo. En su imagen interior había un niño con su mamá, y un papá inexistente, y también una pareja de adultos casi mayores que lo acogieron como su nieto y lo integraron hasta cierto punto a su dinámica empresarial. La ambivalencia se derivaba del agradecimiento hacia esos abuelos de corazón y de la sensación de traicionar al propio padre, del amor hacia ese padre y la lealtad hacia la madre que fue abandonada, de la vida de pobreza de su familia y de la vida desahogada que pudo conocer y disfrutar y que hasta le fue dada.
Esos pocos ejemplos acaso puedan mostrar la fuerza de la imagen interior, configurada a partir un hecho específico, no necesariamente dramático o espectacular, ni tampoco duradero. Esa imagen interior se plasma en un instante, en un parpadeo y suele traer consigo la pérdida del lugar, y con ello la pérdida de la confianza, de la certidumbre, de la seguridad. El niño, la niña, que pierde su lugar de hijo, de hija, o se congela y no se mueve más, o debe irse del mundo antes que los padres, o se enoja en lugar de agradecer, acaba cobrando a los adultos con quienes luego vive lo que no pudo arreglar antes, porque era pequeño, pequeña, porque su inocencia sólo de daba para sentir lo que sintió, porque su fuerza mágica no puede cambiar los destinos de los adultos. Eso está en la imagen interior, en el sitio donde nos vemos cuando ocurrieron los hechos. Con todo y eso, en la persona de hoy, a sabiendas o no de lo ocurrido, está la responsabilidad y la posibilidad de decir “sí, estoy de acuerdo” a lo ocurrido.