El compromiso de mi anillo

Compartir

HORIZONTERIO

Paloma Robles Lacayo

10 de noviembre de 2011

Fue una suerte que lo hallara. Él se esforzó en llegar a mi andanza, yo me dejé encontrar.

Todo sucedió en el restaurante de algún lugar de un camino, que tal vez nunca vuelva a transitar. Ahí estaba, claro que lo descubrí. Curiosamente, embonaba a la perfección en el anular. Después del largo viaje, al llegar a casa, mi madre me recibe con un alhajero, del que me indica: “Guarda aquí tu anillo de compromiso, para que no lo pierdas”. Ella no sabía que yo lo tenía ya en mi poder. Porque a esa naturaleza corresponde: anillo de compromiso.

Durante mucho tiempo estuve separada de él. He de decir que lo extrañé. Quizá usé otros, tal vez usurparon su lugar. Pero ahora, como en la tierra hay montañas y valles, en mi vida también ellos se alternan, y a esta llana serenidad llega el recuerdo, y la presencia, del anillo que encierra hoy el firmamento mi compromiso, que no se suscribe en público, ni se anuncia, simplemente se aviva de tanto consumarse.

El anillo y la portadora alardean la soledad, que los hospeda, en la que se reconocen mutuamente. Lúcidas circunferencias, casi impenetrables. Exentas de ángulos, esas convergencias que anidan fragilidades, menos aún con rupturas, no hay forma de entrar al círculo que son, y sin embargo… Una identidad que no por grande, abarca completamente, satisface. Aún así, deleita.

Hay que decirlo, esta ausencia de lo demás no deja de ser prolífica, un sosiego en el que se siembran las crestas borrascosas de las proximidades eternamente inexactas, indispensables. He aquí donde la certeza de la cosecha prometida por el esfuerzo, hace llevadero este trance en el que se hunde el tiempo en el espacio. Naufragio fatídico. Raciones de vacío en las que se asfixian las embarcaciones, ciertamente finitas…

Así está el anillo, solitario. Autónomo, incapaz de brillar, de retener la luz, sólo puede devolverla. No debe quedarse con ella. Empero, tampoco la necesita. No importa si está ella, ni si nada más está. Su función es estar. No tiene noción ni interés en el contexto. No le significa cosa alguna. Indiferente, sabe hacer de cualquier ambiente, su escenario, en el que se posa inequívocamente de la manera más agraciada. Inmarcesible, seduce al mirar. Sello del mundo. Se guarda de sí. Su rigidez lo protege. No puede virar. Lo han de conformar galaxias, que tal vez colisionarán. No lo veremos. Universos danzan, se estrellan, pero el anillo se reservará el secreto. Todo ocurre en su seno, él presentará siempre el mismo rostro.

Tal vez sí le sea más afortunado abrazar a mi dedo. Por el rumor de mi sangre, se refrescará en el mar de mi vida. Acompañará, en sus vuelcos, a mi corazón. Se integrará a mi mano, hablará a su paso. Sabrá de mis angustias y quereres. Me concebirá junto a él. Absorberá mi llanto y expandirá mi risa. Lo convertiré en talismán de mi alegría, a la que veneraremos en comunión, y bastará verlo, para levantar el largo y tortuoso sendero de la tristeza. Nos procuraremos amparo en reciprocidad.

Y así, comprometidos el uno al otro, iremos por el mundo, a entregarnos cada uno a nuestro destino.

*

Paloma Robles Lacayo se define como La mujer del tiempo, La duquesa del Beso, Un imperio de mujeres junto al mar, Alguien indefinible. Contacto en: fuegoeingenio@yahoo.com.mx.