Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Tengo sed

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Justo Sierra, educador porfirista, es uno de los muchos que se han referido a la idea encriptada en la muy antigua frase “hambre y sed de justicia”. Filósofos, pensadores, clérigos, analistas afines y críticos, no pueden soslayar —cuando menos en el caso de México— que luego de casi seiscientos años sigue habiendo desolación, abandono y postración para buena parte del pueblo, sin posibilidad de saciar sus necesidades básicas.

En muchas iglesias —cristianas, ortodoxas y católicas romanas— se recordó, la pasada semana, llamada Mayor o Santa, que cuando en la Biblia se mencionan estas palabras no solo están referidas a los instintos naturales que permiten la conservación de la vida física[1] sino a Dios y su espíritu [2]. El propio Jesús de Nazaret, personaje central de lo que en el siglo XXI se ha convertido en show, tradición o atracción turística, predicó sentenciando: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” [3]. Bienaventuranza que lamentablemente no se cumple a cabalidad, en buena medida porque hay iglesias y feligreses, metidos a la política, que les “gusta tener el primer lugar y no nos recibe… por esta causa recordaré las obras que hace parloteando, con palabras malignas…”[4]. Y es que así como el personaje al cual se refiere el texto del apóstol Juan, responde a la necesidad con discursos sin contenido y en actitud prepotente, hoy día hay muchos sepulcros blanqueados —dentro y fuera de las iglesias—, que ante la necesidad contestan agriamente.

La quinta palabra que Jesucristo pronunció durante su pasión dolorosa fue “tengo sed”. Lejos estaban los soldados romanos de entender que además de la urgencia física, su frase tenía un contenido espiritual. La respuesta fue una esponja empapada en vinagre. Amargura similar a la que reciben niños, mujeres y ancianos hambrientos y sedientos. Pueblos cuya hambruna está directamente vinculada con el cambio climático a cuya crisis ha contribuido el propio ser humano. Escasez de agua, que se ha convertido no en afluente al cual todos tienen derecho sino en mercancía que se comercia y vende cara en botellas plásticas, arrojadas a playas atestadas de vacacionistas enajenados, manipulados y solo contados como estadística de utilidades para el negocio turístico.

El Mundo vive en tinieblas, como Jesús durante esas tres horas, entre la sexta y la novena, en que su cuerpo anhelaba calmar una sed angustiante por el peso de todo el pecado del mundo. Esa sed espiritual requería amor y no odio, tolerancia y no juicios apresurados, paz en vez de balas. Su cuerpo moría y con ello se cumplía la misión para la cual le mandó El Padre. La escritura dice que enseño, sanó, regañó, oró, dio ejemplo de valores múltiples; pero en realidad él vino, según dice la Biblia, a pagar una deuda. Deuda que no requiere de más derramamiento de sangre como lo hacen en diversas procesiones encapuchados flagelándose o actores llenado sus pies de ampollas y gastando los pocos recursos familiares en cultos muy alejados de la humildad y sencillez que este personaje predicaba. ¿Por qué conviene a los gobiernos que los manipuladores de consciencias multipliquen este tipo de rituales en aras de una supuesta libertad de culto y expresión? ¿El matar a infantes para congraciarse con la niña blanca llamada santa muerte, puede ser tolerado solo por el respeto a una supuesta fe? ¿Qué moral sustenta la venta de tiempos en medios electrónicos a una iglesia universal que mezcla en un perverso coctail, ritos diabólicos, con oraciones judeocristianas tergiversadas? ¿No es esto tan dañino como los anuncios que promueven la prostitución y la trata de personas? ¿Por qué la respuesta agria del gobierno de México fue promover las modificaciones a la Constitución que separaba la iglesia del estado, así como el “ungido” lo decretó respecto a César?

Ese que dijo ser el camino, la puerta y el Hijo de Dios, insistía en que vino a pagar una deuda de la humanidad. Su padre, dijo en más de una ocasión, no lo envió para condenar sino para salvar, porque si bien “la paga del pecado es muerte, la dádiva de Dios es vida eterna”. Pero no hay que confundirse, jamás señaló que unos cuantos tenían el derecho a quitar a otros su presunción de inocencia o su posibilidad de disfrutar de una vida física plena. Por ello es que, ante la realidad de prepotentes que juzgan y condenan sin bases, su ruego primero y permanente fue “perdónalos porque no saben lo que hacen”

Este año, muchos países, desarrollados y sometidos, estarán cambiando sus gobernantes; ojala que los pueblos elijan gentes que sí sepan lo que hacen, a fin de que —independientemente de celebrar la Semana Mayor, la Pascua o el Ramadán— el paso por este mundo no sea para sus gobernados una anticipación del infierno, sino una dádiva que se extienda hasta el tercer cielo, a donde también los políticos podrían llegar si acaso se atreven a ponderar la libertad, el orden y el necesario castigo, a los que roban, los que engañan, los que evaden impuestos, los que cobran en demasía, los que juran cumplir —la Constitución y las leyes que de ella emanen— en vano, los que explotan y los que traicionan. Entonces, solo entonces, la humanidad podría saciar su sed.

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[1] Al tener hambre se busca comida y la sed impulsa a beber agua.
[2] “…no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios.” (Lucas 4:4) “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” (Juan 7:38). “Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”. (Juan 6:55).
[3] Mateo 5-6.
[4] Tercera Carta del apóstol Juan ya en su vejez, versículos 9 al 11, hablando de Diótrefes, quien empezó a ejercer una autoridad de dominio y no de hermandad dentro de la iglesia.