Hay en la vida, en general, y en la de las personas, en específico, un movimiento que pone en marcha otros movimientos, y que al final de cuentas favorece la permanencia, el cambio, el acercamiento de lo nuevo. Se trata del riesgo, entendido como impulso, como decisión, como enfoque de la voluntad. “Correr el riesgo”, solemos decir, “arriesgarse a algo”, es una expresión de uso cotidiano, cuyas repercusiones, curiosamente, no son del todo percibidas por el común de nosotros.
Se arriesga por ejemplo un hombre y también una mujer, a darle el sí a una mujer, a un hombre, y pueden llegar a constituir una familia. Corre el riesgo una persona con su dinero y podría convertirse en empresaria de éxito. Se arriesga alguien a decir las cosas como las mira, y puede ganar para mañana horas de calma, una lealtad, incluso una amistad duradera y honda. Corre el riesgo un niño y da su primer paso sin asirse de la mano de los padres, y conquista una gran parte del mundo, adquiere conciencia corporal de su autonomía, crece en verdad y es una pieza esencial en el tablero del mundo y en el de la vida.
El riesgo, entonces, está unido en las profundidades al momento actual, pero también mira lo que viene. En sus raíces se entrelazan el presente y el futuro, en él se fusionan las posibilidades de hoy con lo incierto de mañana, y por este camino la voluntad encuentra una compañera en la esperanza. Correr el riesgo es mirar las cosas como son y elegir una opción para dar lugar a algo nuevo. Arriesgarse es sentirse completamente en este instante, imbuido de la cabeza a los pies, y también es prefigurar un sitio posible para los otros instantes, en una circunstancia donde tienen cabida otras personas, otro tiempo, otro lugar, en pos de un objetivo, del cumplimiento de un anhelo.
En este caso podríamos preguntar: ¿qué es lo que hace falta para que el riesgo se ponga marcha? De entrada, afincarse sobre las cosas como son, de tal suerte que puede reconocerse una ocasión, una necesidad, quizá un titubeo. Lo que sigue es conducir la voluntad, como una corriente caudalosa dirigida hacia la tierra donde ese ímpetu limpia, colma, combina. Eso hace precisamente uno que ama cuando declara sus sentimientos al sujeto de su amor. Eso mismo viven los amantes cuando se prefiguran como padres y en la cima de su encuentro, además del amor, intentan trascender y pasan la vida a un ser nuevo. Eso hace, aunque sea obligado por el tiempo, una niña cuando crece, un niño, y toma lo nuevo en su condición, los rasgos de su ser mujer, hombre, los cuales lleva como ínfulas propicias.
En realidad, nada hay entre nosotros, quizá muy poco, que no esté impregnado de riesgo, que no sea punto de partida para arriesgarse o resultado del riesgo. Claro que lo ideal sería que el riesgo en todos los casos desembocara en hechos favorables o benignos o consecuentes con la vida misa; pero lo cierto es que en muchas de las ocasiones el riesgo termina como una posibilidad fallida, llega a quedarse como un objetivo inconsumado, se muestra como un intento vano.
En este último caso, suele suceder que preferimos abandonar el riesgo. Y así por ejemplo, algunas personas que enviudaron no vuelven a intentar la formación de una pareja, o el que fracasa reiteradamente en algún deporte o empresa deja en el camino su esfuerzo. O aun se da el caso de que uno se aparte de las posibilidades del riesgo tan solo de mirar cómo frustró en otras personas el riesgo las facultades, el amor o los anhelos. Y entonces hace falta el empujón, la compañía que devuelve la confianza, el tanteo que restaura la chispa, el atractivo de correr de nuevo el riesgo.
Es que no hace falta sino volver a presionar la tecla correcta para que se reconecte ese conocimiento básico, por obra del cual decidimos levantarnos cada vez y correr el riesgo del día, mirar unos ojos y arriesgarnos a tomar las manos, enseñar a caminar y a hablar y correr el riesgo de quedarnos solos, como en el principio. No obstante, sea como sea, el riesgo abre posibilidades, está volteado de manera permanente hacia lo porvenir, toma su fuerza de lo alcanzado antes, que hace los rasgos de este día, y es un movimiento que se tira hacia adelante, que va en pos de algo o de alguien, que busca originar lo que no existía, renovar lo experimentado, traer un viento fresco a lo cerrado. En fin, el riesgo es un decir sí a lo vivo, sí a las reglas del mundo, a la incertidumbre, con la confianza puesta en el propio equipamiento, en lo que se es.