Para educar a un niño por el camino correcto, transite usted por ese camino durante un rato.
Josh Billings
A ver.
El PAN se encuentra supuestamente sumergido —bueno, en términos reales así quedó después del 1 de julio— en un profundo proceso de reflexión en el cual revisa en qué le falló a los ciudadanos, como para que éstos le dieran la espalda y dejaran de considerarlo como el partido idóneo para llevar a Los Pinos al próximo presidente de la república, luego de dos sexenios de una transición inacabada.
O inexistente.
Hay golpes de pecho, profusos y abundantes desgarramientos de vestiduras, algunos se envuelven en la bandera. No se arrojan, claro. Ya no.
Otros —como el ex gobernador Juan Manuel Oliva— no pierden el estilo del neopanismo ambicioso y pretenden mantener un estado de cosas que satisfaga sus propias expectativas de “lo que el partido debe ser”.
O sea, conseguir y conservar el poder como sea, que de eso se trata.
Entre algunos sectores considerados “doctrinarios” de este partido que fue, efectivamente, constructor e impulsor de las condiciones para que podamos ejercer varias de nuestras libertades reprimidas por un priísmo autoritario y dinosáurico, se efectúan ejercicios de introspección de los que no salen conclusiones halagüeñas, pero tampoco desconocidas para muchos de nosotros, espectadores de la opinión pública que hemos visto el transitar de la militancia y del partido por los avatares de la historia de México en los últimos años, a partir de fines de la década de los ochenta, hasta convertirse en lo que hoy es.
Un triste remedo del PRI.
Y su cómplice moderno, además.
Bueno. Pues en esos “ejercicios de reflexión” que derivaron en jaloneos entre el presidente Calderón y su grupo y el dirigente Gustavo Madero —apuntalado por Oliva en representación de la ultraderecha yunquista— y los suyos, se llegó a la designación de perfiles tan patéticamente mínimos como los de Ernesto Cordero y la coordinación del Senado, para darle gusto al presidente, y de Luis Alberto Villarreal (sí, el sanmiguelense) para darle gusto a Madero.
Entre otras cosas, reacios a soltar la nómina (la federal y la del partido) ambas partes asumieron que había que integrar una comisión especial (ya sabemos lo exitosas que son y lo rápidas y efectivas que suelen resultar) para llegar a consulta y conclusiones. En uno de esos trabajos quedó integrado el actual gobernador, el sustituto, Héctor Germán López Santillana.
Y aquí viene lo malo de malacostumbrarse.
El equipo de Comunicación Social —es decir, la infraestructura humana, material y presupuestal del gobierno del estado— se encargó de divulgar un comunicado sobre las actividades de López Santillana en estos procesos de su partido, el PAN, que no es el partido de todos los guanajuatenses a quienes sirve, que para eso está.
Lo mandaron el martes, ya entrada la noche, como quien no quiere la cosa, pero desde los correos oficiales. Este es el primer párrafo:
“La Comisión de Estrategia del Partido Acción Nacional, en la que participa el Gobernador de Guanajuato, Héctor López Santillana, respaldó la propuesta del Presidente Gustavo Madero Muñoz, de que el partido impulse su propia agenda política, buscando para ello el apoyo de los partidos que coincidan con la agenda panista en sus diversos aspectos”.
A éste le siguen otros tres párrafos, en un comunicado breve, pero sustancial en cuanto a la gravedad e incongruencia de lo que contiene y lo que representa.
¿Qué tiene que andar haciendo el área de Comunicación Social en la difusión de actividades partidistas —no gubernamentales— de López Santillana?
¿Pues no que quieren aprender la lección del voto?
Acabáramos.
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Verónica Espinosa es periodista. Ha desarrollado una importante trayectoria en medios impresos y electrónicos de la región desde hace ya varios lustros. Actualmente es corresponsal del semanario Proceso en el estado. Con más de una década de emisiones radiofónicas a sus espaldas, Candil de la Calle, prestigiada columna de opinión, análisis y crítica política ahora llega cada miércoles a través de igeteo.mx por escrito, para descubrir la desnudez de la política y la observación acerada sobre la cosa pública.