Las cosas como son

Lo especial de quien consulta

Compartir

De una forma especial, cada persona cuando consulta percibe que su asunto es en verdad serio y requiere atención. Hay quienes se sienten impelidas por la urgencia, otras sienten que ya no pueden dejar pasar otra vez la oportunidad de abordar el hecho, unas más guardan debajo de la indiferencia la gravedad de una situación, y otras desean muy en el fondo de sí que sea otro quien revele lo que no pueden mencionar ellas mismas. Como sea, es imprescindible reconocer la magnitud de aquello que se quiere resolver, pues se trata de factores orientados a la mejora o a la destrucción de la propia vida.

Por esa razón, sea cual sea lo planteado por quien consulta, no puede sino mirarse con respeto, reconociendo que acaso en ese asunto se juega algo muy importante de la vida de la persona, sino es que su vida misma. De modo silencioso o con estrépito, con el manto de las lágrimas o la cortina de humo de los gracejos, con desdén o desafío, algo late en el interior de la persona, pidiendo una opción diferente, quizá un poco de luz, alguna dosis de aire, la liberación de un fardo o la mengua de una opresión.

De ahí que muchas de las veces, antes o después de la consulta, nos refiramos a situaciones como “sentía que me estaba ahogando” o “ya no veía la puerta” o “sentí que me quitaba un peso de encima”. Expresiones todas donde puede leerse ese impacto del hecho sobre la vida, esa dificultad impuesta, una especie de adversidad, que se percibe si bien no se definen sus contornos ni se configura una imagen.

Pero allí radica, justo allí, el efecto de un hecho, o de un conjunto de hechos, una de cuyas consecuencias es la dificultad de vivir, a veces la vida misma, a veces aspectos muy enfocados, como la circunstancia laboral, el amor en la pareja, la vinculación con los hijos, la relación con los padres, la bienvenida al éxito, la inmersión en el fracaso, y tantas otras cosas más. La persona cuando consulta mira con claridad qué no funciona bien, reconoce la circunstancia, sabe quiénes están involucrados en ello, ubica la fecha de comienzo del asunto, lo sabe todo, pues.

Por eso en la consulta nos sentamos a la izquierda de la consultante, y le damos con esa colocación el estatus de sabia. Una seguridad muy importante, a partir de la cual es posible enfocar la mirada interna en el instante preciso en que se estableció un embrollo, en que una persona terminó enredada en asuntos que no eran suyos, los cuales sin embargo quiso resolver con el entusiasmo infantil que abre las puertas de la fantasía y no se niega ninguna posibilidad.

Momento crucial, este precisamente, pues ante el hecho grave o violento o difícil, un alma, la de la persona que consulta, impulsada por la fuerza de su amor, tomó decisiones y formuló pactos, con respecto al mundo y a la vida, decisiones y pactos secretos, conocidos solo por ella, y luego quizás olvidados, los cuales sin embargo no dejaron de regir desde entonces el derrotero de la persona. “Las mujeres sufren con un hombre, por lo tanto no tendré esposa”, “las mamás que alumbran enferman de muerte, así que me negaré al embarazo a toda costa”, “la alegría trae consigo el derroche, en consecuencia no seré alegre y conservaré mis bienes”, son solo algunas materializaciones de esos movimientos internos, cuya concreción tiene sentido solamente para la persona que lo tiene relacionado con una experiencia específica.

En este sentido, nadie sabe, salvo la persona involucrada, y a veces ni ella, la magnitud de lo vivido, el resultado de un pacto consumado en lo más profundo de un hombre o de una mujer. A este respecto, en la consulta procuramos encontrar, a partir de lo planteado por quien consulta, el hecho específico relacionado con el asunto en consulta, la posición de la persona ante tal hecho, y la fuerza familiar, grande, implacable, que le dio origen.

Es solo con esta connotación que hablamos de descorrer el velo de la inocencia: quien consulta puede mirar la procedencia de su síntoma así como el vigor de su amor filial en el contexto de su parentela. Lo siguiente es encontrar el orden del amor perdido o violentado o no reconocido y colocar a la persona ante la alternativa de seguir como lleva su vida o de variar el rumbo mirando de otro modo a los ancestros, a los padres, a las parejas anteriores, a los muertos de la casa familiar, a los de otras familias a quienes se les debe algo.

Allí, en ese sitio, la persona vive la seriedad de lo suyo, mira con atención lo esencial de su hogar, y decide si permanece o si da un pequeño paso (de cual emerge una gran diferencia). Allí, la persona consultante sigue siendo especial y se la mira con respeto.