¿Sucedió?

Necesitamos líderes

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Dos tipos de líderes de México (Foto: Especial)

En nuestra historia hemos tenido líderes que han brillado por su individualismo y su falta de compromiso con las causas nacionales, pues, o bien han tenido otros intereses o no han estado a la altura de las exigencias que su tiempo imponía; esto se desprende como una consecuencia lógica de la lectura de los libros del historiador Enrique Krauze, en primer lugar, su trilogía del poder[1], pero también Mexicanos eminentes (Tusquets, México, 1999) y Retratos personales (Tusquets, México, 2007).

En dichos volúmenes, Krauze analiza el desempeño de gente sobresaliente desde la Independencia hasta nuestros días; se fija no sólo en políticos, sino también en artistas, científicos y otros líderes que han dejado huella en la vida nacional. Decía que de la lectura de estos textos se colige que muchas veces los intereses de los líderes, sobre todo de los políticos, han estado en todo menos en lo que la nación necesita y que en otras ocasiones, pensemos, por ejemplo en Madero, lo que han hecho no ha estado a la altura de las circunstancias, a la altura de las necesidades nacionales.

Lo anterior nos lleva a preguntarnos de dónde procede el estilo mexicano de ejercer el liderazgo y para intentar dar una respuesta a esto, por lo menos de manera hipotética, ensayemos una somera descripción de la forma en que se practica el poder en nuestro país, desde tiempos remotos. Para ello abrevemos en lo que dice Octavio Paz en su El laberinto de la soledad, donde intenta descubrir la esencia del ser mexicano, si es que eso existe.  A lo largo de sus disquisiciones en dicha obra, topa con el tema del liderazgo y vemos que históricamente nuestro estilo de liderazgo tiene raigambre tanto indígena como española.

En la historia y tradición españolas existe la figura del caudillo, quien ejerce el poder por encima de todos sus subalternos de una manera casi absoluta, y en donde la consigna parece ser: “Aquí mando yo y si me equivoco, vuelvo a mandar”. Los que están sujetos al líder están para obedecer.

Por otra parte, en la historia y tradición prehispánica, concretamente en la mexica, aparece el personaje del tlatoani, que significa el que habla, el que dirige y existe el huey tlatoani, que significa el gran orador, el gran gobernante. Éste era adorado de manera sacramental. El evangelizador franciscano Fray Bernardino de Sahagún, describe su asombro al ver la manera —absolutamente infantil— en que los súbditos rendían culto a los huēyi tlahtoqueh (plural de huey tlatoani), describe que todos se sometían a él de manera que podría considerarse indigna, más cuando se trataba de connotados pochtecas (grandes comerciantes), ancianos venerados por su experiencia, afamados hombres de armas, etc. se desvivían por atraer los favores del gobernante por concitar su conmiseración y rogarle que los cobijara con su manto protector.

De la confluencia de estas dos personificaciones del poder ejercido en liderazgo surge el concepto mestizo del mismo, que es el de cacique, mismo que abarca las características sobresalientes de ambos, las buenas  y las malas.

Seguiremos bordando sobre la figura del cacique la próxima semana.

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[1] Siglo de caudillos, Biografía política de México (1810-1910); Biografía del poder. Caudillos de la Revolución mexicana (1910-1940) y La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996). Tusquets, México. 1994, 1997, 1998.

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O.A. Morales. Esforzado nadador y ciclista ocasional, muy temprano dejó su natal Guanajuato para avecindarse en la delegación Gustavo A. Madero del DF. Su experiencia de más de cuatro décadas, ha girado alrededor de temas de calidad, comunicación y educación,   abarcando los sectores público, privado y social.  Comunicólogo y maestro en Ingeniería de la Calidad, es locutor, periodista y docente en licenciatura, maestría y extensión universitaria. Amante del arte, disfruta particularmente de las artes escénicas y la literatura. Vive enamorado de las palabras y las imágenes.