Coincido con un respetable jurista cuando afirma que la corrupción tiene más vinculación con normas imperfectas que con una inclinación a la trampa no superada por los mexicanos. Sin embargo, sin abundar en que el origen sea genético, social o educativo, sí hay una intención reiterada —tanto del subordinado hacia el superior, como del patrón para con el empleado— de aprovecharse del otro. El despojo de tierras de quienes fueron conquistados, las tiendas de raya, el encarcelamiento o cuasi esclavitud por deudas, son algunos ejemplos de antecedentes para la lucha por derechos sociales laborales, que hicieron de la Constitución de 1917, un ejemplo a seguir por muchas otras entre ellas la de la URSS.
La promulgación de tales derechos, lamentablemente, no ha ido aparejada de una observancia que responda a la intención del legislador de entonces, ni de todos aquellos que han corregido la plana al texto original y las leyes que del mismo han emanado; a grado tal que, de ser protegido socialmente, el trabajador se convirtió en sujeto automáticamente enfrentado contra el patrón y en casos extremos, en enemigo pertinaz con lo cual no queda al empleador otra salida más que la capitulación o el arreglo poco transparente. ¿Qué ama de casa no ha sufrido el robo hormiga de alimentos, artículos de limpieza, pañales y hasta dinero del cambio del mercado? ¿Cuántos pequeños comerciantes o empresarios, deben reponer, más allá de lo planeado, lápices, plumas, hojas bond, tóner de la fotocopiadora, insumos de la computadora o de la máquina de escribir; porque las secretarias se sirven de ellos, para los trabajos escolares de sus hijos?
El robo de insumos en salones de belleza, talleres mecánicos o cocinas de restaurantes —lo mismo en pequeñas fondas que en grandes hoteles— es tal que en las clases de administración de empresas, especialmente las enfocadas al turismo, los futuros gerentes cursan dos y a veces hasta tres semestres, para conocer la sofisticadas formas de hurto y los métodos que se han ideado para disminuirlo, ya que definitivamente no es fácil erradicarlo.
Más para enriquecerse que para proteger al empleado, los sindicatos se prostituyeron con la anuencia de empresas que prefirieron arreglar las demandas laborales en paquetes, amén de la oferta electoral que los líderes de trabajadores ofrecen a los gobiernos. Frente al fenómeno de los “sindicatos charros”, los llamados democráticos se han convertido no en grupos preocupados por la justicia social sino en contendientes por el poder político o económico. Son de sobra conocidas las trayectorias meteóricas de enriquecimiento de líderes que distan mucho de ser honestos y apenas realizan actos de simulación de defensa al trabajador, quien si acaso recibe ventajas éstas son en la medida de su metamorfosis a cómplice de movimientos de presión y/o chantaje.
Si usted como patrón se atreve a denunciar o suspender el trabajo a su empleado, por descubrir el robo hormiga o la complicidad con gentes del crimen organizado que a través de estos que deberían ser parte de su equipo, son verdaderos hampones dentro de su hogar o empresa, la respuesta segura será una demanda laboral. Sé de personas que prefirieron quedarse calladas, cambiar de teléfonos y hasta mudarse de domicilio —sin posibilidad de recuperar robos de caja por varios miles de pesos o librarse de amenazas de secuestro etc. — antes que enfrentar este tortuoso camino en el cual muchos malos mexicanos —gestores y coyotes que a veces ni son abogados y gente holgazana, tramposa y resentida— han hecho un modus operandi. ¿Por qué las Juntas siguen protegiendo a “pseudo trabajadores” que logran un empleo, hacen como que cumplen algunas semanas, faltan y provocan el despido para iniciar infinidad de juicios?
Por todos es conocida la forma japonesa de presionar al dueño de empresas de las cuales pretenden mayores prestaciones —trabajando más— en tanto que en México el tortuguismo, la amenaza, el robo de tiempo —por retardos, prolongación del horario de comidas o descanso— y en extremos hasta la amenaza de huelga, han sido mucho del caldo de cultivo que derivó en el ambiente de confrontación en el cual se pretende la reforma laboral.
“Yo estoy mal, tú estás mal”, es una visión patológica no solo desde el punto de vista emocional. Laboralmente parece que como sociedad no hemos madurado como para entender que todos —capitalistas y trabajadores— vamos en el mismo barco. ¿De qué le sirve a los muy ricos su dinero si no hubiera quien lave su ropa, arregle el jardín, conduzca su coche, conteste su teléfono, archive sus papeles, barra el taller o maneje el robot armador de su fábrica? En igualdad de absurda desventaja deberían estar aquellos que mienten acerca de sus habilidades, cobran sin haber cumplido sus responsabilidades o aprovechan la confianza que se les otorga no para apoyar a quien le dio empleo, sino para boicotearlo, como si ante la inminencia del fracaso, hubiese una anticipada venganza para demostrar que “si yo no la hago tu tampoco”.
El reto de los legisladores mexicanos en un mundo globalizado, donde el consumismo —con todas las consecuencias de producción preferente para la exportación y otras que no necesariamente son convenientes— es encontrar el justo equilibrio en materia laboral. A muchos parece perverso haber presentado la iniciativa con la modalidad de preferente; pero más allá de las disputas políticas o partidarias, es un hecho la polarización entre los factores de la producción. Trabajadores y patrones debieran realizar sus funciones en un contexto de armonía, de justicia y de equipo, en mucho depende de las reformas laborales que están en puerta.