Las cosas como son

Ser y parecer

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Uno de los asuntos de suma actualidad en nuestros días es la posibilidad, cada vez más accesible, de aparentar lo que no se es. Niñas que aparentan ser jovencitas. Hombres y mujeres mayores de edad que aparentan menos años de los que tienen. En el mercado existen productos que desvanecen arrugas, para teñir el pelo, para mejorar la apariencia de las partes del cuerpo más públicas, y un sinfín de accesorios, menjunjes y aditamentos para eludir ser una muestra de la edad que se tiene.

Hacer referencia a este asunto tiene pertinencia desde nuestra perspectiva, porque hace a un lado el principio de reconocer lo que es, que podría extenderse en este caso al reconocimiento de lo que se es. Específicamente, para decirlo con brevedad, de lo que se trata es de que cada persona sea y funcione como lo que le corresponde: si es un hijo o una hija, que sea y se comporte como un hijo o una hija; si es un abuelo, que sea y se comporte como un abuelo, en cuyo mérito cabe la posibilidad de que añadan otros atributos, otras formas de comportarse, como aderezos o complementos de su persona.

La razón de señalarlo así estriba en que para la propia persona ser y parecer lo que es contribuye a fortalecerlo en su experiencia, a otorgarle la peculiaridad que le han marcado los acontecimientos fáciles y difíciles, sencillos y complejos, vividos en su itinerario vital. Sean los que sean, son sus blasones, sus insignias, las huellas de su vivir, lo que lo ha hecho ser la persona que es. Toda negación de ello implica una cosmética de la vida, en la que se hace a un lado la fortaleza de lo vivido.

Por ejemplo una niña que se comporta como una mujer de mayor edad reniega de su fuerza como hija para proclamarse autónoma, en cuyo caso hay una debilidad enorme que puede acabar haciéndola trastabillar. Un adulto que se mantiene inocente, no obstante estar casado o tener hijos, se pierde de la entereza aunada al tacto que se deriva de ser hombre, esposo, padre de familia. Una persona de edad mayor que se comporta como si aún no terminara su juventud, corre el riesgo de incurrir en lo irrisorio, al apartarse de lo que le otorga la edad. Ocultar las canas, disminuir las arrugas, esconder la calvicie, cortarse a trozos partes del cuerpo flácido, entre muchas otras estrategias, son otras tantas maneras de esquivar presentarse con la propia historia a cuestas, la que ha traído dolor y alegría, esfuerzo, dejadez, impotencia, gozo, y lo que se quiera. ¿Cómo se mira a sí mismo alguien que ha podido modificar, con agentes externos, las líneas de expresión de su cara? Por fuerza buscará acomodarse en una situación en que su apariencia y su comportamiento resulten concordes. Para ello, si ocurre, tendrá que deshacerse de mucho lastre de su biografía, que ¿adónde irá a parar? Y los que rodean a esa persona, ¿cómo la miran?

En las familias hace falta, porque reporta un beneficio mayúsculo, que los padres sean y se comporten como padres, que los hijos sean y se comporten como hijos, y que, en este último caso, en el trayecto de su desenvolvimiento vayan aprendiendo a ser hombre, a ser mujer, a su tiempo, con la experiencia poco a poco acumulada, que es muy diferente del salto en que no se pasa por varias estaciones de aprendizaje y se aparenta  haber llegado. Hace falta insistir en esto: se requiere que el hombre sea hombre y funcione como tal, y que la mujer sea mujer, y se comporte como tal; que los abuelos sean y se comporten como abuelos, y así sucesivamente.

Este ser y comportarse como lo que se es, contribuye a introducir y mantener vigente el orden y la jerarquía entre los miembros de una familia, y por extensión entre quienes integran una sociedad, mostrándoles cuál es su papel, haciéndoles sentir protegidos cuando eso toca, y requiriendo de ellos el cumplimiento de una responsabilidad. Lo contrario puede conducir a búsquedas permanentes de alguien que no estuvo, a desencuentros crónicos, a cualquier cantidad y tipo de confusión, a la consumación de desarrollos incompletos. Como se ve, la responsabilidad es de los grandes, pues si ellos no están en el lugar que les corresponde (sea por lo hecho, sea por lo que toca a su nivel de responsabilidad), en el lugar donde los pequeños esperan verles, a estos últimos les será más complicado encontrar su sitio. Esto no quiere decir que dejen de usarse los afeites y demás parafernalia, solo señala cuan importante resulta ser y parecer lo que la experiencia del vivir nos ha empujado a realizar. Portar con orgullo las insignias de nuestra historia no hará sino mostrar a qué nos hemos dedicado, y por este camino a quién hemos beneficiado haciéndolo así. Mirarlo desde esta perspectiva, puede, seguramente, hacernos sentir esa callada e interna satisfacción del deber bien cumplido. Y los de alrededor sin duda tendrán también repercusiones provechosas.