El Laberinto

La magia de la música

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(Foto: Especial)

Sin música la vida sería un error, nos dice Nietzche; solo ella es capaz de traspasar las barreras del lenguaje, no importa que no te sepas la letra o que no le entiendas, el sonido se encarga de disparar tus emociones; del espacio pues cabe en cualquier lugar e igualmente es capaz de llenar un estadio o de atravesar las ventanas de tu casa e imponerte lo que oye el vecino; del tiempo ya que a través de las grabaciones podemos escuchar la voz de Frank Sinatra cantando hace veinte años o de las partituras que permiten volver a tocar lo que desde un rincón en Viena escribió Mozart a la luz de las velas y las barreras individuales al hacer que dos o más cuerpos se enlacen en un baile o que dos o más mentes se junten en una letra cantada.

La música es universal, en todo el mundo en todos los tiempos y a todos los niveles tiene un lugar privilegiado, se encuentra presente en las catedrales y en los prostíbulos, en las fiestas y en los velorios. Dota de identidad a los grupos y nos concede la virtud de conocer mentalidades y realidades pasadas.

Escucharla en el radio es un deleite, en tus audífonos un verdadero placer de los dioses y en vivo… en vivo sobran las palabras para expresar la retroalimentación que surge entre el público y el interprete, no por nada Vicente Fernández le reitera siempre a su público, si siguen aplaudiendo sigo cantando.

Pero entre todas las opciones que existen para tocar y ser escuchado, que van desde ambientar un café tranquilo, tocar una sinfonía en bellas artes o el saxofón en una esquina yo me quedo con los conciertos masivos.

Ser apretado, pisado, movido involuntariamente, padecer calor, problemas para entrar y para salir y que todo el mundo esté atento a un sonido para reaccionar, no suena muy disfrutable que digamos y a más de uno le evocará a la experiencia de un viaje en metro en hora pico, pero aquí aparece su majestad la música y entonces todo cambia: te olvidas del dolor, del calor, del cansancio y solo existe el sonido y la imagen y las miles de gargantas cantando al unísono en una experiencia liberadora y unificadora que hace que valga la pena todo lo anterior, de alguna forma el individuo que te clava los codos por efecto colateral de la falta de espacio se convierte en tu hermano por un par de horas para después desvanecerse cuando las luces se encienden.

Tal vez más que un error la vida, por lo menos la social, sin música creo que es imposible, y si fuera posible el mundo seria, sin duda, un lugar inmensamente triste.