El Laberinto

La vida dos punto cero

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(Foto: Especial)

En sus inicios, el internet era un medio interesante de comunicación que incluía contenidos libres hechos por expertos y receptores pasivos, por lo que la vida de un sitio dependía básicamente de la asiduidad de su creador a la hora de actualizar y a la paciencia de los usuarios. Pensado así, no aventajaba por mucho a los periódicos o a la televisión, más que en el hecho de que el acceso era a la carta y veinticuatro horas, el correo en tiempo real y que incluía la remota y peligrosa posibilidad de contactar con extraños en salas de chat.

Pero en 2004 una segunda generación de sitios llegó y nada volvió a ser igual: nos encontramos con la web 2.0, que se distingue por alimentarse y enriquecerse y actualizarse a través de la única fuente incansable e inagotable de contenidos: los propios usuarios, aquí es justo cuando la intensiva interacción y la necesidad mínima de conocimientos para ser participes convierten al internet en inteligencia colectiva.

Lo anterior se encuentra dentro de la historia del internet pero después del 2.0 y de la desenfrenada carrera por facilitar la vida de las personas a través de esta valiosa creación humana que hasta su Santidad Francisco ha halagado, el internet pasó de ser ocio a ser intercambio y después a ser necesario, y aquí con un problema: no todo mundo tiene los medios materiales o los conocimientos para usarlo y es necesario hasta para trámites de gobierno. A la respuesta a este dilema es a la que yo llamo “la sociedad 2.0”, y es justamente la habilidad que han adquirido los iniciados en los misterios del internet para llevar a la vida real y a las personas sin acceso aquello que se comparte en la red.

Como ejemplo de lo anterior podemos ver a un hijo enseñándole a sus papas fotos de sus parientes que viven en el extranjero a través de FB o a un dueño de café internet que tramita las CURPS que le solicitan los clientes. Quiere decir que ahora no necesitas saber usar una computadora o ni siquiera tener una la verdadera red y esto es lo invaluable de esta rara reflexión: somos nosotros.