Una Colorada(vale más que cien Descoloridas)

Batallas

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(Foto: Especial)

De entre los símbolos que ayudan a elevar el espíritu individual y colectivo, el triunfo es quizá uno de los más importantes. Hoy, a 152 años de que un grupo de soldados mexicanos al mando de Ignacio Zaragoza venciera en las cercanías de Puebla, al contingente militar francés que comandaba Charles Ferdinand Latrille, quien llegó al puerto de Veracruz el 5 de marzo de ese mismo año, es importante que las nuevas generaciones sepan que el arribo de aquellas tropas francesas se dio mientras en Orizaba las partes en conflicto, es decir, México y sus acreedores —España, Francia e Inglaterra— buscaban una salida diplomática y negociada para evitar la guerra y la invasión al país.

España e Inglaterra rompieron la alianza contra México. ¿Los ingleses tuvieron miedo a una ruptura con los norteamericanos? ¿Por qué hoy día esta fecha se celebra con más bombo y platillo en los Estados Unidos que el mismo 15 de septiembre? ¿Qué tanto le afectaba a España, que aun no cumplía 30 años de haber reconocido la independencia de su ex colonia, una guerra en la cual serían afectados muchos españoles exitosos viviendo en México? ¿Decidió España retirarse por la participación, a favor de la invasión, de las tropas conservadoras remanentes de la guerra de Reforma? El tema ha sido ampliamente analizado y se hace vigente a la luz de los recientes hechos entre la Francia de Hollande y el México de Peña Nieto que en el siglo antepasado, con veintinueve mil soldaos se enfrentó a treinta y cinco mil “invasores” ya al mando de Jurien de la Gravière. Un México que entonces se defendió de manera heroica aun cuando el resultado final haya sido el avance extranjero hasta la ciudad capital y el consecuente establecimiento del Segundo Imperio.

Al igual que ocurrió con la primera invasión francesa[1], la “justificación” del conflicto fue económico, aunque detrás de ello, como siempre ocurre, había un interés geopolítico que seguramente fue determinante para la ruptura de la alianza originalmente orquestada en contra de México. Así las cosas se firmó el tratado de paz —en marzo de 1839— donde México se comprometió a pagar las deudas exigidas, Francia retiró su flota y las partes asumieron que no se pagarían indemnizaciones por gastos de guerra ni se reconocerían los alcances de las “declaraciones provisionales de 1827” pero la semilla de la ambición por nuestros recursos siguió plantada.

En el contexto de esta primera invasión francesa, México vivía su guerra con Texas —que terminaría mas adelante con la perdida de buena parte del territorio—, España había reconocido la independencia, y con el apoyo de traidores internos germinaba la idea conservadora, que facilitó a extranjeros seguir llegando al país, para explotar nuestros recursos dejando poco para los mexicanos.

El apoyo del ambicioso heredero de Napoleón para una segunda intervención a México le significó perder poco mas de 11 mil hombres que no pudieron vencer la actividad guerrillera de un pueblo dispuesto a defender su territorio, sus recursos, su soberanía y su dignidad anhelada por los de afuera por los siglos de los siglos.

La importancia de la batalla de Puebla no se reduce a la escaramuza, que le dio el triunfo a unos hombres vistos con desdén por el extranjero, sino al hecho de que terminó con la retirada incondicional en 1867, cuando fue fusilado Maximiliano.

En Querétaro, los militares al mando de Mariano Escobedo[2] concluyeron —con el fusilamiento del Cerro de las Campanas— un conflicto de intereses ¡otras vez financieros! que alcanzó su punto más álgido cuando en 1861 Benito Juárez anunció la suspensión de pagos de la deuda externa. ¿Si eso ocurriera en este siglo, se volvería a suscribir una alianza como la Convención de Londres, por Inglaterra, España y Francia como ocurrió en el siglo XIX?

¿Cómo defendería México su patrimonio si los extranjeros de siempre se unen para cobrarnos a como dé lugar lo que creen que les debemos? ¿Habrá una tercera incursión europea por Veracruz? ¿Seremos capaces de vencerlos en Puebla? ¿Harán los ciudadanos una defensa más digna de la que se hace en algunos legislativos, judiciales y ejecutivos de esta república? ¿Tendremos ocupada la capital —cuando menos 3 años como ocurrió después de la batalla de Puebla— por todos aquellos que consideren legítimas sus demandas comerciales en temas como el petróleo, la minería y otros?

Para triunfar, no solo en una batalla sino en la guerra de la historia, debemos dejar de lado esa sensación desagradable que a muchos paraliza y que en la mayoría de las veces es infundida por el enemigo. La historia ha dejado datos de un gigante[3], que dos veces al día —como los noticieros diurnos y nocturnos— amenazaba e insultaba a un pueblo trabajador. Ese pueblo tuvo miedo, su percepción de peligro era real y se corroboraba con solo mirar la estura de aquel filisteo, fuertemente armado y de voz potente. Pero al final del día, le venció un pastor que dejó de lado el miedo a una amenaza repetida sin cesar y sobre todo el temor neurótico que parecen tener los que se rinden a cambio de nada.

Ojala este 5 de mayo, quienes tienen las riendas del México resuelvan su conflicto existencial quizá inconsciente, que les hace creer que hay más ventajas en los gigantes extranjeros, que en los humildes pero acertados pastores internos.

David venció a Goliat con una sola pedrada. Alcancemos los retos —y quizá el mayor es castigar a los traidores— del siglo XXI con palabras, unión interna, trabajo y respeto por los logros de nuestra historia.

*

[1] Conocida como la Guerra de los Pasteles, debido a que franceses propietarios de un establecimiento en Tacubaya reclamaba el pago de sesenta mil pesos, supuestamente consumidos por militares a las órdenes de Santana. A esto se unieron otros franceses que hacían negocio en México, gozando de la protección de su gobierno que para tales fines destacó una flota naval que se estacionó en la Isla de Sacrificios en Veracruz.

[2] Entre ellos Julio María Cervantes, bisabuelo de esta escribidora y gobernador de Querétaro y Coahuila, además de héroe de la defensa de México en contra del ejército norteamericano.

[3] Goliat medía 3 metros y la descripción de su vestimenta (casco, grebas de bronce, jabalina y otros) aunada a sus retos: escojan a uno que venga contra mí; si me vence, nosotros seremos los siervos.