Candil de la Calle

Reprobada

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Para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo muy duro: has de enderezarte a ti mismo.

Buda

(Foto: Especial)

No es uno, ni son tres.

Son 24 los casos anotados como “quejas registradas en la Secretaría de Educación de Guanajuato por conductas de abuso erótico sexual de docentes” de los años 2010, 2011, 2012 y 2013. (Información oficial de la propia SEG).

Y la Secretaría de Educación de Guanajuato, como ente institucional con todo su recurso humano, material y económico, no entiende nada.

En el mínimo de los casos ha sido reactiva incompleta, a medias, actuando literalmente “como dios le dio a entender”.

En lo general, permisiva para que al interior de cada escuela o centro educativo, una denuncia de este tipo se maneje al libre albedrío; se afronte, se oculte, se minimice, se amenace a la denunciante o al denunciante.

Incluso, seguramente ocurrirá también que se despida de manera fulminante al acusado, sin preámbulos, a justicia ciega y sorda.

Este es uno de los grandes temas de fondo de lo que se asoma en los casos más recientes, conocidos ahora con mayor detalle a través de los medios de comunicación, en Guanajuato.

Con frecuencia, se compara al abuso sexual cometido en escuelas, de docentes haciendo víctimas a alumnas o alumnos, con la pederastia practicada por sacerdotes de la iglesia católica. La ascendencia y la figura de respeto, autoridad moral —o miedo— que ambos suelen representar sobre los menores, es el elemento inequívoco que hace tan accesible y tan repulsivo el delito.

En ambas figuras, la tradición ha sido el silencio y el ocultamiento de esos abusos por parte de sus pares y de las jerarquías situadas por encima de ellos.

Pero en la Iglesia católica, que durante tantos años ocultó desde el mismísimo Vaticano los escabrosos asuntos de la pederastia y el abuso sexual, se revelan poco a poco los secretos y se destapa la inmundicia, con auxilio de los nuevos bríos espirituales del papa Francisco.

Porque no había otro camino. El desencanto, el descrédito, el alejamiento de los fieles, fueron síntomas que sumieron al Vaticano en una crisis, y un papa como Benedicto XIV, que reconoció haber carecido de las fuerzas para afrontarla, decidió dimitir.

La comparación no es ociosa. La docencia se define en muchos ámbitos como un apostolado del saber.

Lo que no se entiende, es ¿qué esperan las voluntades, las decisiones políticas, los miedos al escándalo, los obligados por las leyes, en el gobierno de Guanajuato, en la Secretaría de Educación (y más allá, de nueva cuenta, en el ámbito de la procuración de justicia) para exorcizar sus propios demonios?

La denuncia hecha a nombre de otra víctima por el Centro de Derechos Humanos Victoria Díez de León, de un acoso que duró un año y llegó a una violación en octubre del año pasado, refleja en toda su magnitud la ausencia de criterios únicos, definidos, conocidos en todos los ámbitos de la docencia guanajuatense, para tratar las denuncias, los casos, a las víctimas y a los presuntos agresores conforme a un protocolo, si no inspirado en los estándares internacionales, al menos en la Ley antibullying del estado.

Y particularmente en el caso de las niñas y adolescentes víctimas, de la Ley de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia en Guanajuato.

Por supuesto que no se está haciendo. Se siguen emitiendo declaraciones llenas de ofrecimientos desmentidos con facilidad; se habla de protocolos que nadie muestra y nadie conoce (comenzando por el personal de las escuelas) y alumnas y maestros son cambiados a otros centros educativos para taparle el ojo al macho.

Entonces, hay que ventilar la casa. O, mejor dicho, la escuela.