El Laberinto

Suerte

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En El jugador (1867) Dostoyevsky hace una interesante reflexión a través de una de las formas más inmediatas y locas que tenemos para coquetear con la suerte: el juego, que a diferencia de otros actos de la vida tiene consecuencias instantáneas y en una charla sobre los alemanes el protagonista dice que ellos se sacrifican tres generaciones trabajando para conseguir que de una familia pobre surja un banquero, mientras que los rusos se juegan su dinero y el de toda su descendencia a una pelotita en un tablero con la posibilidad de que de un príncipe desciendan limosneros.

Partiendo de esto podemos decir que para el porvenir existen las condiciones fundamentales: la situación inicial, ya sea haber nacido pobre o millonario, el trabajo o lo que se va construyendo en vida y la suerte que es la forma en que se acomodan las circunstancias sobre las que no tenemos control con respecto a nuestros propósitos. Con la primera y con la última no se puede hacer mucho, no dependen de nosotros más que en el grado en que dejemos que sean determinantes y que sustituyan a la segunda, que siempre dependerá de nosotros.

Pensemos, por ejemplo, en un examen donde podemos pasar por lo que aprendimos en el pasado, estudiar para él y tenerlo todo listo o dejarlo a la suerte al elegir aleatoriamente las respuestas y pasarlo de todos modos.

Siendo el camino fácil para coronar los esfuerzos, todas las culturas han buscado atraer a la suerte a través de la más variada cantidad de prácticas y objetos, pero no solo es pereza lo que provoca que creamos en la fortuna, sino la sensación de incertidumbre que rodea a nuestra existencia, pues aunque hemos conseguido comprender mejor al mundo y con esto tener menos factores fuera de nuestro control hemos reemplazado la ignorancia con la complejidad y en un mundo complejo también es muy difícil saber que esperar.

Me dicen que la suerte no existe, que tan solo es saber astutamente acomodarse a las circunstancias y las personas pero todos conocemos alguien con suerte o tal vez somos aquellos con suerte que los demás conocen, personas a las que parece que el “universo” conspira a su favor y que siempre encuentran el semáforo en verde, el día soleado y asiento en el camión, pero no hay que olvidar que por muy hábil constructor que se sea no se hace una casa sin ladrillos.