El Laberinto

La lluvia de la verdad

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(Foto: Archivo)

No dejo de pensar en que en la ciudad vivimos como si no lloviera y a pesar de que las nubes revientan sobre nosotros gritando lo contrario, carecemos de infraestructura para aprovecharla y sortear sus peligros y de cultura para vestirnos y comportarnos adecuadamente; por eso cuando llueve todo se infarta, el transporte es insuficiente, los paraguas se venden al triple de su precio, la batalla por unos centímetros cuadrados bajo un techo se hace campal y todos los lugares públicos se atestan de gente que tiene ganas de irse y no se va.

La lluvia es la hora de la verdad, sirve para conocer cómo están construidas las casas y las obras públicas, conocer si la gente barre su basura, si el coche está apropiadamente ajustado y si eres un maldito que disfruta de mojar a los demás con los charcos, pone en evidencia la organización de los eventos y en el caso de las personas te demuestra su hipocondría, su neurosis y su capacidad de sobreponerse a la adversidad.

Lo provisional, lo clandestino, lo mal planeado no resiste un aguacero, el agua desvanece lo efímero, por eso los paracaidistas se quedan sin hogar, las mujeres sin maquillaje y las ropas se pegan a los cuerpos para demostrar sus verdaderas siluetas mientras el cabello pierde la forma que obtuvo a través de la plancha, las tenazas o el gel, será por eso que es ya una imagen popular en las películas ver a dos enamorados besándose bajo una tromba sin importarles la pulmonía, la pérdida del estilo o la prisa y el caos que reina a su alrededor, como si entraran súbitamente en una burbuja anti desgracias.

Lo cierto es que tampoco la pobreza resiste a la lluvia, como nos narra Juan Rulfo en El llano en llamas (1953) específicamente en el cuento “Es que somos muy pobres” donde al crecer el rio se quedan sin cosecha, sin pueblo y la hermana Tacha sin porvenir al perder a su vaca, su único seguro contra la perdición mostrándonos como vivir a merced de la naturaleza puede ser peligroso y triste.

En la ciudad vivimos empapados bajo una lluvia incesante a la que aún no sabemos enfrentar y me hace preguntarme para cuántas cosas que de hecho están sucediendo siempre no estamos listos, tal vez porque no somos como los protagonistas del cuento de Rulfo y no pensamos nunca en el futuro porque lo damos por perdido de antemano en el rio crecido.