El Laberinto

Eso no se hace

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

La noticia sobre los jóvenes iraníes que fueron condenados, si reinciden, a ser azotados y encarcelados por subir a la red un video donde bailan la canción happy mezclándose (muy decentemente) hombres y mujeres descubiertas, suena, por lo menos, excesiva.

Más allá de hacernos hablar sobre fanatismo religioso (está de moda hablar mal de los musulmanes) esta noticia da pie para reflexionar acerca de otro tema: el de los comportamientos prohibidos para determinadas personas o grupos; sea cual sea la sanción que impliquen, siempre que van acompañados de la premisa “eso no se debe hacer”, cuando hacerlo no afecta en nada a los demás.

No es necesario ser castigado con una sarta de latigazos, tan solo basta con la desaprobación o burlas generalizadas que se desatan al descubrir a una persona llevando a cabo una acción que le está vedada por su condición, ya sea ésta el género, la edad, el nivel socio-económico, las creencias religiosas o la ocupación, como ver a un intelectual entretenido con cosas banales como el futbol; a una mujer boxeadora o albañil; a una persona de izquierda bebiendo coca cola o al Papa y al presidente bailando cumbia.

Este tipo de prohibiciones parten de la idea de que existe algún rasgo que predomina sobre los demás y los anula así como si todos fuéramos seres simplones que se dedican a una sola cosa por el resto de la vida, ya sea ésta cosa adorar a Dios, serle fiel a un régimen político o ser femenina. Además de crear personas caricaturescas, que casi sería lo de menos, representa dos peligros que sí son graves.

El primero es que crean la trampa perfecta del sacrificio del fondo por la forma, donde el parecer le gana por goliza al ser, no importa lo blasfemo y escéptico que sea alguien en su interior, lo importante es que no baile en internet; no importa que un sujeto sea todo lo tonto que le quepa en el cuerpo, mientras hable mal de las telenovelas será tomado por un intelectual.

El segundo peligro es que las personas involucradas se la creen, lo que les reduce, de entrada, las posibilidades a nivel personal y los hace inquisidores con el resto de la humanidad. La metáfora que se me ocurre para describir esto es traer un montón de piedras en los zapatos que no nos dejan caminar a gusto y que además arrojamos a los demás para lastimarlos.

Y si están pensando que estas cosas están muy lejos, piensen cuántas veces han sido víctimas y verdugos de los demás o de ustedes mismos y, eso sí, para que vean, no se hace.