El Laberinto

Anónimo

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

El anonimato como circunstancia representa el ser un desconocido para las personas que nos rodean debido a lo masivo de los espacios que habitamos y transitamos. Como elección es no darnos a conocer cuando nuestras acciones son viles como amenazar, chantajear y robar o cuando nuestro fin trasciende a nuestra persona y preferimos que se le ponga atención a este en vez de a nosotros mismos, como al hacer una donación o al concursar para apelar a la imparcialidad de los jurados.

No ser nadie o ser uno más nos deshumaniza, nos hace a todos iguales, no se ve nuestra historia ni nuestras características y así como nos protege en la infamia o en la competencia nos deja indefensos ante la adversidad, como cuando una señora desconocida se desmaya en la calle y nadie la ayuda.

Existe otro tipo de anonimato, que no depende de la densidad de la población ni de naturaleza de nuestras acciones, sino que se nos impone cuando ya nada podemos hacer para defendernos, cuando estamos en un mal lugar o en un mal momento cuando somos víctimas, cuando somos accidentes, ser un numero de lesionado en un accidente, un damnificado en una catástrofe o un rechazado más en una universidad, seres sin nombre, pedacitos de estadística.

Esta forma mediática de deshumanizar a los afectados, suaviza las noticias, rebaja el pánico y nos sume al resto en la indiferencia, restándonos a todos un poco de humanidad y de empatía. Parece que a la hora de narrar un suceso este es más importante si es alguien famoso, guapo, preparado o rico, como si la sociedad no se doliera de perder a los nadies, que además, somos mayoría.