Entre caminantes te veas

Caminantes en suelo infértil

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(Foto: Especial)
(Foto: Especial)

En medio de la habitación oscura y llena de ese silencio que duele Don Benito permanece inmóvil en su cama, padeciendo una vez más la crueldad del insomnio. A través de la ventana puede ver la luna brillante y perfecta en medio del oscuro firmamento. Su cuerpo tiembla a pesar de que no es una noche fría. Cuando joven, muchas veces su ser tembló en camas semejantes a la de ahora, pero entonces era un tremolar diferente, sabroso y urgente; el de ahora, en cambio, se debía al terror de saberse y sentirse solo.

Ninguna mujer escapó a sus manos, siempre supo tocar las fibras sensibles de cada una, acariciar con destreza sus cuerpos y  susurrarles al oído las palabras correctas. No era que coleccionara amores, simplemente se daba, con la esperanza de recibir y encontrar el amor verdadero. Pero así como las pieles y los sabores de cada una eran tan diversos, también los horizontes, las ilusiones y los caminos.

Cien cuerpos fueron explorados por sus cinco sentidos y vaya que sintió, pero en ninguno encontró lo que tanto buscaba: un corazón sincero. Y entre vestidos y jeans ajustados; cabelleras teñidas de rojo, rubio y castaño; encajes, sedas y algodón pasaron también los años. Tantas veces se dio que terminó vacío, se quedó incompleto, se le pasó el tiempo para engendrar un hijo, desposar a una mujer y formar una familia.

Tantas veces viajó, cuántos países conoció, mil escenarios distintos pisó. Pero en ninguno encontró aquello que tanto anheló. ¡Su maldito perfeccionismo! Nadie estaba a la altura de sus sueños. Comenzó a perder facultades, a sentirse cansado de tanto explorar, de pronto todas se volvieron iguales y entre tantas semejanzas ninguna de aquellas mujeres estaban hechas para él.

Sufría cada vez que una relación se rompía, en la soledad de su cuarto lloraba como ahora, pero a la mañana siguiente se recomponía y volvía a intentarlo besando labios nuevos, reflejándose en miradas diferentes, dándose de nueva cuenta con la esperanza de que aquella fuera la última, la definitiva… mas nunca lo consiguió. Sus ojos ya no recordaban lo que era estar secos, sus labios habían olvidado cómo sonreír.

Don Benito se pregunta ¿por qué razón Dios se ha olvidado de él? Tanto amar para venir a quedar así: vacío, dolorosamente solo, viejo y sin nadie que viera por él. Comprendía que cuando la hora de su muerte llegara moriría de verdad, porque muchas veces había escuchado que los muertos sólo están muertos cuando se olvidan de ellos. Y él no tenía un hijo que llorara por él, que recordara sus enseñanzas y añorara sus abrazos. Sentía que su vida, había sido una existencia estéril, era como el árbol destinado a secarse una vez derribado a pesar de haber sido sombra.

Finalmente, la vida no es más que un cruce constante de caminos plagados de caminantes, en donde algunos nacen para amar y otros para ser amados; y  hay quienes nacen para dar, en contraste con aquellos que fueron llamados a darse y que como él, se dieron, gota a gota hasta secarse y quedar en ese infinito mundo sobrepoblado, perdidos entre las sábanas amarillentas de una cama… solos… ¡tan dolorosamente solos a pesar de haber caminado tanto!