Distrito Capital

El martillo y la danza

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« Todos somos sustancia », afirmaba Aristóteles en Grecia, hace 2,400 años. « Es el sustrato o sujeto que no cambia, sino que permanece, a través de los cambios ».

Hoy, dos milenios después, sabemos que los individuos se componen de sistemas extremadamente variables. Sin embargo, como todo sistema de sistemas, regula su actividad en función del entorno donde está inmerso. Así, si analizamos las características de los entornos podremos encontrar regularidades relacionadas a diversos estímulos y conceptos, las cuales nos permiten realizar inferencias que, a su vez, posibilitan hacer predicciones de comportamientos, basadas en las creencias y en los deseos de los individuos.

Sabemos que los seres humanos respondemos ante una amenaza de manera rápida y agresiva, a través de un mecanismo de defensa que se desata desde el cerebro reptiliano y el sistema límbico, luego de percibir un estímulo. Las sustancias que nuestro cerebro produce cuando sentimos miedo son las mismas que cuando sentimos placer: adrenalina, dopamina y endorfinas. Es el contexto lo que nos hace disfrutar de ellas, o no.

Es conocido por los seres humanos, a través del proceso evolutivo y de supervivencia, que una amenaza se controla cuando se ataca con rapidez y agresividad. Y creemos que con la misma rapidez que controlamos una amenaza, regresaremos a la anhelada tranquilidad.

Frente a la pandemia, este fenómeno de ataque-relajación se ha denominado « el martillo y la danza ».

Tomás Pueyo describió este concepto en España, hace algunos meses, al respecto de las estrategias promovidas contra el nuevo coronavirus. Luego del martillo -la estrategia de supresión en el contacto humano-, lo que sigue es integrarse en la danza, hasta la llegada de la vacuna o la erradicación de la COVID 19.

Para que esta danza sea efectiva en ese período, prevé el MIT Technology Review, las medidas de vigilancia de la población deberán crecer, utilizando controles de temperatura por doquier, rastreo de movimientos total de los ciudadanos y límites para circular dentro y fuera del país.

Hace una década, se detectó en México la primera ola de la influenza A (H1N1), en la primavera de 2009 (1). Durante el verano tuvo su pico más alto, y después disminuyó. En agosto de ese mismo año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advertía sobre la posibilidad de futuras oleadas y la necesidad de tomar medidas preventivas. En otoño, en Estados Unidos y Europa, se registraron notables rebrotes, debido al descenso de las temperaturas.

Los Estados Unidos estimaron que murieron por el virus entre 151,700 hasta 575,400 personas en todo el mundo, durante ese primer año.

La OMS señaló que una persona con H1N1 pudo infectar de 1,2 a 1,6 personas, en el año 2009. En abril de 2020, establecía que « la COVID 19 posee una tasa promedio de contagio de 2,79 personas ». La tasa de letalidad por el nuevo coronavirus iría de 0,5% a 3,4%, mucho más alta que la de la pandemia de H1N1, que presentó una tasa del 0,02%.

Tailandia -un caso muy estudiado por la especial incidencia de la pandemia H1N1, y que comparte características socioculturales con nuestro país-, reflejó una segunda ola en invierno de 2009 y una tercera, en la primavera de 2010, igual de grave que la primera.

Este fin de semana, desde el Palacio Nacional, el Presidente López nos conmina, entre otras cosas, a vivir sin miedo -en medio de la incontrolable violencia-, y a enfrentar al nuevo coronavirus a través de axiomas y buenos deseos.

Mientras, el peso comienza a resentir la caída de la bolsa de Wall Street, suben las tasas de interés en créditos no inmobiliarios (2), se incrementa la inflación a la par del desempleo y el futuro del mercado exterior petrolero está en duda, ante eventuales sanciones por parte de integrantes de la OPEP (3).

¿El martillo o la danza?

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(1) https://portalguanajuato.mx/2020/03/dilema/

(2) https://portalguanajuato.mx/2020/06/el-terremoto-y-el-tsunami/

(3) https://portalguanajuato.mx/2020/04/la-necia-prioridad/