El Laberinto

Colateral

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Ahí estaba algo cuyas señales estuve ignorando durante semanas, palpitaba, dolía, me hacía sentir inapetente y tremendamente desdichada, la gastritis tocaba a mi estómago después de un año irresponsable, pero llegando en el preciso momento para convertirme en víctima colateral.

Y no digo solo colateral de aquel individuo que, según la que es ya leyenda de terror, se comió una sopa de murciélago del otro lado del mundo provocando distintas consecuencias a personas que no comparten sus gustos gastronómicos, ni su territorio, ni su idioma y que ni siquiera sabian que existia, pero que se han tenido que pesar el año encerrados, aburridos y aterrados.

Ni tampoco exclusivamente colateral de un sistema político, económico y social que deriva en una situación donde ni lo más esencial está garantizado en caso de que tuviésemos que parar y aunque en ello nos vaya la vida y cuya peor parte recae, sobre aquellos que seguramente no saben cómo es que  lo que un señor de traje en una sala de juntas firma, acaba fastidiándoles la vida ellos y tal vez la de sus hijos y nietos

Mi gastritis entones es colateral, de una absurda lucha de poder y una guerra administrativa que terminó derivando en el envío semanal de 5 kilogramos de chorizo como comida de personal, reduciendo mi alimentación, a mi que ni la debía ni la se donde queda el centro de distribución, a picante especias y grasa.

Lo que me dio tiempo de pensar mientras sufría en posición fetal tomando tecitos, es que es una cadena, que incluye todo lo que mencioné arriba pero cuyo último eslabon antes de que llegara a golpearme, si dependía de mi misma: de no fumar en ayunas, de tomar menos café o incluso de cargar con mi propia comida o no beber cerveza como si fuese el fin del mundo (aunque parece que lo es) asumo la responsabilidad y mientras me tomo el antiacido de la noche me pregunto:

¿Y aquéllos que no tuvieron la posibilidad de quitarse?, ¿cuántos colaterales de tantas cosas estamos culpando sin pensar en todos los eslabones que se tuvieron que juntar más allá de su voluntad para que la desgracia los golpeara?, ¿qué tanto de lo que hago yo victimiza al resto sin siquiera saberlo yo?.

Y por qué no al revés, ¿a cuántos estamos poniendo como víctimas de sus circunstancias sin pensar que tal vez la última palabra la tenían ellos y decidieron regodearse en su crapulencia?, ¿de cuántas cosas no nos culparemos sin darnos cuenta de que igual si fuimos simplemente víctimas?

No lo sé, les dejo este final ácido, como mi estómago.