El Laberinto

Encumbrar el tedio

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Para A, que si sabe divertirse

Todos hemos pasado por ahí, estar en ese lugar donde no queremos estar o donde sí queríamos y nuestras expectativas no fueron cumplidas, entonces tenemos tres opciones: irnos, si es que podemos; resignarnos y aguantar; o transformar el ambiente con la posibilidad de ser juzgados por el resto, porque no siempre es calificado de correcto el estar alegre, irónicamente en un mundo donde la felicidad es un imperativo y el mayor “atributo” al vender un producto, cuando ésta es desenfrenada, desentona o nace de nuestro interior no gusta tanto.

Parece que divertirse está considerado para los niños o las personas simples o intelectualmente deficientes, a las que por cierto también tratamos erróneamente como niños,  como si hubiese una regla no escrita que dice que reírse hará que tu monóculo salga expulsado de tu ojo hacia la copa de champagne haciendo que quedes mal con el embajador, como si hubiésemos incurrido en una falta de educación de aquellas que le generaban bilis a Carreño, el rey de la urbanidad y por supuesto del tedio.

Mostrarse con cara de aburrido en momentos o actividades que se tienen consideradas como inferiores, porque para este punto ya estamos asumiendo que no divertirse nos confiere superioridad, es una forma de darnos caché y de parecer interesantes. Y suelo preguntarme ¿Qué tiene de interesante alguien con cara de desagrado? Parece que cuando es hacia la situación en general, bastante pero cuando es hacia una persona, como bostezar mientras te platica o mirar con necedad el reloj de nuevo estamos siendo groseros de nuevo. Estamos ante un ridículo escenario, podemos juzgar de impertinentes o bobos a quienes se divierten mientras nosotros no, pero no podemos mirar a los ojos a alguien y decirle “todo esto que organizaste o que me estás contando me está divirtiendo tanto como ver crecer el pasto y odio la jardinería, por si no pescabas el sentido de la frase”.

La cuestión es que esto no solo aplica para eventos o reuniones si no que aplica para la vida misma, el hastío por la propia existencia no debería estar romantizado, si no mal visto porque finalmente siempre tenemos la opción, dentro de nuestras limitadas posibilidades, de salir o de transformar pero es más sencillo quedarse, quejarse y etiquetar al que la pasa bien como un idiota si no entendemos sus motivos y como un egoísta si los envidiamos.