El Laberinto

La caída

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Inicio de semana, revisas el teléfono celular a media mañana y todo esta misteriosamente silencioso, primero piensas que igual sencillamente no fuiste requerido por nadie durante esas horas, aunque luego recuerdas al contacto que manda las imágenes cursilonas y de superación para desear buen día, buen mes o recordando alguna festividad y sorpresa, no hay nada.

Sospechas que tal vez lo que no funciona es tu aparato y entonces le das reinicio, cierras las aplicaciones que consumen, según tú, la memoria: y nada, nadie habla, nadie escribe, superas el orgullo, decides ser el primero en mandarle un mensaje a alguien y vez que se marca con un relojito, de que se está enviando, como si fuese un archivo muy pesado. Cambias de medio, no funcionan otras aplicaciones aparte de la mensajería y después de prender y apagar el módem y preguntar, forzadamente, si en casa están todos en la misma situación. Es correcto, comparten drama en casa.

Por ahí de mediodía alguien recurre a llamarte de manera tradicional, porque son muchas horas sin contacto y entonces descubres que todos están igual, en toda la ciudad, en todo el país y en todo el mundo, pasan las horas, lees, ves noticias, avanzas pendientes, tal vez duermes un poco o en la desesperación migras a otros servicios que aun estén en pie. Este éxodo hace que el colapso sea como una hilera de fichas de dominó, una se lleva a la otra.

Para algunas personas este parece un tonto drama de adolescente castigado, para otras, una pérdida o un atraso en sus pendientes laborales, económicos o sociales, pero casi nadie queda indiferente ante la desconexión y de nuevo, como en la pandemia, un fenómeno que nos toca a todos, aunque su impacto sea distinto dependiendo desde donde lo viviste.

Y como casi siempre, pero más cuando se queda uno sin distracciones ni espejos para andar darle rienda suelta a la vanidad, da para pensar y estas fueron las conclusiones a las que llegué:

Primero, que a menos que seamos unos narcisistas de catálogo, tendemos a individualizar la culpa y a adjudicarnos en primer lugar la causa de los problemas o cambios que ocurren a nuestro alrededor, esto es conveniente para el trato cercano con los otros, salvo que creamos que todo se trata de nosotros y nos lo tomemos siempre de manera personal, pero representa un verdadero obstáculo cuando se trata de combatir problemas sociales, pues tendemos a pensar que son casos aislados: culpa de las víctimas y nunca del sistema, que también falla.

Segundo, que las cuestiones de contacto e inmediatez y sobretodo la creencia de que lo necesitamos, son un fuerte reflejo de lo rápido que vivimos, pero también de nuestros más profundos miedos, que como siempre son a perder nuestro status civilizado o a la soledad. Yo iría pensando en un plan de respaldo.