Histomagia

MURO FANTASMA

Compartir

Guanajuato es una ciudad colonial cuya belleza atrae por miles a turistas cada año. Este lugar posee una aura mágica que es alimentada por cada una de las leyendas e historias que hasta el día de hoy, los habitantes de esta ciudad viven cada día, tarde o noche, porque aquí los espectros, fantasmas y aparecidos no descansan, ellos siempre se encuentran en las plazas, callejones, casonas, calles, panteones, y paredes, sí en los muros de construcción que sostienen la ciudad y los que forran las casas y recámaras, tienen secretos que nos hacen conocer a los actuales las vidas pasadas que tuvieron los ancestros guanajuatenses.

Me cuenta mi amiga Fátima que cuando ella estuvo viviendo en el centro histórico aquí, era tan cómodo, pues todo estaba cerca y en verdad, este lugar, hace años, era tan accesible todo desde la iglesia, el mercado, así que lo que necesitaras estaba cerca de ti. Así pues, mi amiga me dice que ella rentaba un cuarto en la calle de Positos, llamada así por los depósitos de dinero que se hacía en las casas que un tiempo funcionaban como cajas de pago o ahorro, la gente le llamaba la calle depósitos, pero con el tiempo, se le quedo la calle de Positos, en fin, ella vivió en una de esas casonas grandes y antiguas, y me cuenta que lo que siempre le llamaba la atención de la amplia sala de la casona, era el muro de adobe que atrás tenía un muro de piedra que era parte de la estructura base de la casa, así que era evidente que el muro de adobe fue puesto mucho después, de hecho parecía como un manto, como fantasmita que quedó empotrado ahí, sólo que le faltaban los ojitos, decía mi amiga, y siempre hacía ese chiste con sus compañeras de casa.

Una noche en que ella se quedó el fin de semana para terminar trabajos de escuela, desde la mesa del comedor se quedó mirando el muro fantasma como le decía, la luz de la calle entraba a rebanadas por las cortinas gruesas que cubrían los ventanales y alumbraba el muro de manera que la luz pintaba una sonrisa al fantasmita, viendo esto, ella decidió levantarse y, a manera de juego, pintar con su marcador negro, los ojitos para por fin hacerle un rostro a esa pared fantasma y darle personalidad. Se levantó de la mesa, y fue directo a marcar sólo unos huecos negros a manera de ojos de mirada eterna que siempre tienen los fantasmas de sábana. Marcó primero los dos círculos y luego con verdadera tenacidad, pinto y repintó los ojos superpuestos de negro, tanto afán y fuerza le puso que sin querer se cayó el pedacito de muro, dejando un hueco que con la luz de la calle se alumbraba dentro, quiso ver y se separó un poco del muro para traer una cuchara o algo para seguir rasgando más y ver qué había dentro, pero al retirarse un poco dio paso a la luz y vio claramente un reflejo amarillo, un brillo de oro que salía de ese muro. Con más curiosidad no esperó y con su mano quitó un poquito más de pared y entonces vio que el reflejo venía de la cabecera de una cama de latón, ante el descubrimiento decidió dejar el marcador e ir a la cocina por una veladora para alumbrar más, para Fátima era urgente saber qué más estaba ahí, que había ahí, ¿estaría alguien en esa cama?, ¿cómo sería?, mil preguntas se hizo y en cuanto regresó, sintió temor, pero decidió indudablemente saber qué había ahí, tomó aire, prendió la veladora, y entonces se dio cuenta que lo que se contaba de las costumbres antiguas era cierto: poco a poco la luz temblorina aluzaba el pequeño espacio, vio las paredes blancas, vio el retrato de un joven niño, una pelota vieja de cuero, ponchada, aluzó más y vio que la cama era individual por la proporción de la cabecera, despacito bajó la luz enfocando lo que era el colchón y con horror vio que encima de ella estaba el esqueleto de un niño, de un joven niño, su cabello era oscuro lleno de polvo, y el cráneo tenía esos huecos oscuros que ella quiso pintarle al muro fantasmal, el cadáver parecía que la miraba con esos huecos, porque miraba hacia la pared que ella decidió pintar, asustada retrocedió y chocó con una de las sillas del comedor, escuchó entonces cómo dentro de la pared algo se movía, algo o alguien murmuraba como una oración, como un nombre, como… su nombre: Fátima. Sin pensar, mi amiga apagó la vela, tomó sus llaves y salió corriendo de la casa. Afuera, llovía, la calle mojada casi la hace resbalar, trastabilló, y se agarró de esa pared, del muro de piedra que sostenía la pared fantasma, no tuvo tiempo, y entonces sintió cómo una mano cadavérica, la agarró con fuerza de su muñeca, horrorizada volteó y vio que esa mano no la quería soltar, la calle estaba vacía, miró a su alrededor a ver si alguien la ayudaba, pensó rápidamente en una oración, comenzó a decirla al unísono con sus lágrimas que se confundían con la lluvia, y en un instante esa mano la soltó y regresó a su lugar de descanso, en esa cama de latón que fue su tumba eterna.

Fátima no supo cuánto tiempo estuvo en la acera de enfrente viendo el muro de piedra con cantera, pero una cosa era cierta, debía de regresar a la casa, no podía quedarse afuera la lluvia y el viento frío empezaban a hacer mella en su salud. Valientemente decidió entrar, y en verdad pensó qué hacer con el muro fantasma, lo bueno es que estaba sola, ¿cómo tapar el agujerito que le mostró otro Guanajuato ese que está detrás, debajo, de lo que hoy existe? Decidió poner un póster del Cervantino, que en ese tiempo 1990, traía un colorido Teatro Juárez pintado de azul, era octubre, así las preguntas de sus amigas serían del afiche no del muro blanco, blanco como la memoria de un niño.

Dicen los que saben que antes era muy recurrente emparedar a los niños o jóvenes niños en las paredes de las casas, porque era una forma de seguir cuidándolos, sobre todo su alma que no cayera en las redes de los seres de bajo astral, pero con lo que no contaban era con la oquedad que esos niños vivirían toda la eternidad de su muerte. En fin, esas costumbres antiguas dan forma a esta nueva ciudad colonial, le dan su atmósfera de misterio cada noche y día. Ahora al parecer esa casona ya está ocupada por un teatro o restaurante, pero el afiche sigue ahí, por algo o alguien no lo han quitado, igual y esconde sus miradas oscuras que ven este nuevo mundo, ya extraños para ellos, pero que como siempre les es fascinante a los fantasmas y espectros que conviven con nosotros siempre en este lugar. ¿Quieres conocer esa casona? Ven, lee y anda Guanajuato.