El Laberinto

Fumo

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Es probable que ustedes ignoren que estos laberintos siempre nacen en medio de una densa y tóxica nube de humo, que uso para desenredar mis ideas y buscar concentración, digamos que este es mi primer intento, fuera del metro donde escribía a veces con las prisas, de escribir en un absoluto estado de abstinencia de nicotina, y aquí estoy viéndola página y con ciertas ganas de morderme las uñas, aunque el uso del teclado lo impide.

Les he de contar que llevo más de la mitad de la vida fumando y me ha marcado en varios aspectos  de mi vida, primero el plano económico, pues siempre ha estado incluido en mi presupuesto y muchas veces mido que tanto necesito hacer un gasto superfluo pensando en su precio traducido a tabaco, tipo esas medias valen dos cajetillas, ¿en verdad las quiero?

 En el plano personal delimita mis cambios de tiempo: el cigarro de abrir los ojos, el de después del desayuno, el de la lectura del correo, el postcomida, el de descaso, el de llegada, el de antes de dormir, el de las llamadas telefónicas, el que uso como accesorio para lucir menos nerviosa, el que me quita el sueño o el conjunto para poder escribir y así un largo etcétera. Soy una supersticiosa fumadora ritual y, peor aún, no estoy segura si tengo ansiedad por que fumo o fumo por que tengo ansiedad.

No solo mis prácticas individuales han estado marcadas por el humo, lo mismo muchas de mis relaciones sociales nacieron o se reafirmaron de este modo, como con el amigo que en la  prepa al que le guardaba los cigarros para que no los llevara a su casa y con el que después fumábamos tirados en el pasto de la delegación en plena crisis existencial, aquel otro que fumaba conmigo mientras esperábamos a los maestros en la universidad, mi abuela con la que pasaba tardes viendo películas cada una con su cenicero, la tía que fuma conmigo en navidad, la amiga que se paraba frente a mi escritorio en la oficina cuando veía que llevaba muchas horas concentrada y que me sacaba al jardín a reír y bajar el estrés, el que sube a fumar cuando anda por mi casa y podría seguir mil cuartillas más con las salidas a la puerta de los bares, con los descansos,  los préstamos de encendedores o aquella vez en que me abrieron la mochila en un cruce de avenida y lloré más por mis cigarros que por mi monedero.

No todo ha sido bello, he sufrido quemaduras en los sitios más increíbles como el día que una chispa se coló por el agujero de la rodilla de mi pantalón o la vez que casi quemo mi casa por dormirme cigarro en mano y que acabó con una extraña marca en la espalda y una almohada perforada, la ropa quemada, los viajes largos son tortura significan correr a la calle del aeropuerto o de la central de autobuses o bajar a toda velocidad del auto, salir disparada de las juntas tediosas, no poder estar cerca de niños, pasar frío en el invierno por estar afuera, perderse la mitad de las reuniones, marear a tus amigas embarazadas, no poder usar esmaltes claros por que se ponen amarillos, los días horribles sin encendedor, las anginas tormentosas, el dolor de cabeza, el humo que persigue al que más odia su olor. No poder subir un par de pisos sin cansarme, el sentir que me ahogo por la noche.

Los tiempos cambian y en los años he visto a los mejores fumadores capitular ante la prohibición de fumar en interiores, por el rechazo de sus parejas, ante la presión de sus hijos, por prescripción médica o como yo que lo quiero intentar por mera tacañería y curiosidad. Hemos hecho una lista con todo lo que se puede comprar con el importe de una de mis cajetillas, es decir ,mi práctica de siempre invertida y es muy motivadora, ahora solo falta resetear lo personal, probar nuevas rutinas y fuentes de placer domadoras de demonios. En lo social no tengo miedo, estoy rodeada de las mejores personas del mundo.